sábado, marzo 29, 2025

"La Laguna de las Plegarias no Dichas"

Construido por Ferpeq con IA Deepsee

La laguna siguió siendo testigo. A veces, cuando el sol se filtra entre las nubes, sus aguas reflejan dos figuras que ya no caminan en silencio, sino que discuten, ríen y, en raras ocasiones, se rozan las manos sin pedir permiso. El chajá sigue gritando. Los árboles susurran secretos ancestrales. Y en algún lugar entre lo sagrado y lo terrenal, un límite comienza a resquebrajarse.





I. El Caminar de las Sombras

La laguna del Chaco era un ojo abierto en la tierra, observando sin pestañear a Agustín y Teo mientras avanzaban por la senda. Los quebrachos, con sus troncos retorcidos como brazos suplicantes, parecían inclinarse para escuchar. Agustín había ensayado este momento durante semanas, pero ahora, bajo el cielo nublado que rasgaba el sol en destellos fugaces, las palabras le quemaban la garganta.

Teo caminaba a su lado, impecable en su rol de guía espiritual. Hablaba de la energía cósmica que fluye cuando el hombre se despoja de sus máscaras, mientras sus manos dibujaban círculos en el aire. Agustín contaba cada una de sus metáforas vacías: "autorizarse, aparecer, sentir". Eran las mismas que usaba en los retiros de varones, donde abrazaba a otros hombres con la excusa de sanar heridas ancestrales.

—Teo —interrumpió Agustín, deteniéndose frente a un lapacho cuyas flores rosadas caían como lágrimas—. Necesito decirte algo.

El viento se llevó sus últimas dudas.


II. La Confesión como Ritual

—Me atraés —dijo, clavando la mirada en el pecho desnudo de Teo, donde un colgante de cuarzo brillaba bajo la luz intermitente—. Pero no es solo sexual. Es... una conexión que no entiendo.

Teo no apartó los ojos. Su sonrisa fue un puente levadizo que se cerraba.

—¿Transferencia? —preguntó, usando el término psicoanalístico como escudo—. En los grupos, a veces proyectamos en otros lo que no vemos en nosotros.

Agustín sintió el suelo moverse. No era transferencia: era el eco de todos los hombres heterosexuales que lo habían mirado con curiosidad en los vestuarios, en los bares, en las esquinas oscuras de su memoria. Hombres que jugaban a acariciar el abismo sin caer.

—He analizado esto —continuó, las palabras saliendo en ráfagas—. Sé que idealizo tu autenticidad, tu... tu forma de habitar el mundo sin miedo. Pero también sé que esta fantasía me castra.

Usó la palabra deliberadamente: castra. La misma que Teo empleaba en sus talleres para hablar de "la sociedad que nos emascula".


III. El Laberinto de los Cuerpos

Teo posó una mano en su hombro. El contacto era idéntico al de los retiros: firme, fraternal, calculado para no traspasar el umbral de lo sagrado.

—¿Por qué necesita esto una definición? —dijo, su voz un mantra—. Lo que hay entre nosotros es un organismo vivo, no un contrato.

Agustín recordó entonces a Rebeca. La había visto una vez, en una foto donde Teo la abrazaba con la misma intensidad con que abrazaba a los hombres del círculo. "Con ella tampoco puedo tener sexo cuando quiero", había confesado Teo, como si la abstinencia fuera un mérito espiritual.

—¿Y si lo sexual es parte del organismo? —replicó Agustín, desafiando el colgante de cuarzo que ahora le parecía un centinela—. Tú dices que todo es energía, ¿no? Pues esto también lo es.

El sol se ocultó. Un grupo de chajás cruzó el cielo, sus gritos perforando el silencio.


IV. Los Límites como Espinas

Teo dio un paso atrás. Su rostro de héroe griego se crispó en una mueca que Agustín nunca le había visto:

—¿Sabes por qué trabajo tanto en estos grupos? —preguntó, mirando la laguna—. Porque mi padre me abrazaba sólo cuando ganaba trofeos.

La confesión cayó como una piedra. Agustín sintió una mezcla de triunfo y terror: había logrado romper el mármol, pero ahora la grieta mostraba algo frágil, casi infantil.

—Yo no quiero trofeos —susurró—. Quiero...

No terminó la frase. Teo ya lo abrazaba, pero esta vez diferente: sus manos temblaban en la espalda de Agustín, sus dedos se hundían en la carne como buscando anclaje. El cuarzo helado del colgante se incrustó en el esternón de Agustín, marcándole la piel.


V. Las Tres Semanas de Ausencia

No se vieron por veintiún días. Agustín pasó las noches diseccionando cada gesto: el temblor de las manos de Teo, el susurro de "no podemos" que sonó más a plegaria que a prohibición. En Instagram, Teo publicó una foto meditando al borde de la laguna, el torso desnudo brillando bajo un sol que Agustín juró haber visto sólo en sus sueños.

En la biblioteca pública de Resistencia, entre libros de Freud y Marcuse, Agustín encontró una cita subrayada: "El deseo prohibido no es el que se niega, sino el que se ritualiza para no ser vivido". Esa noche soñó que Teo dirigía un círculo de hombres desnudos, todos con colgantes de cuarzo, todos repitiendo "autorizarse, aparecer, sentir" mientras las flores de lapacho se convertían en gotas de sangre.


VI. El Regreso al Espejo

El reencuentro fue en el mismo sendero, pero la laguna ahora reflejaba un cielo teñido de púrpura. Teo llegó con huellas de insomnio y una camisa abierta que mostraba el cuarzo brillando sobre vello rubio.

—Rebeca me dejó —anunció, sin preámbulos—. Dijo que uso la espiritualidad para esconderme.

Agustín no se movió. Un chajá aterrizó cerca, clavando su pico rojo en el lodo.

—¿Y vos qué creés? —preguntó, sabiendo la respuesta.

Teo miró hacia el agua. En el reflejo, sus cuerpos parecían fundirse con los árboles ancestrales.

—Creo que tengo miedo de que esto —señaló el espacio entre ellos— sea más grande que mis enseñanzas.


VII. El Ritual Quebrado

Fue Agustín quien cerró la distancia esta vez. Sus labios rozaron la cicatriz que Teo tenía sobre el labio, resto de una pelea adolescente que nunca había contado. No hubo beso, pero el contacto duró lo suficiente para que el colgante de cuarzo se calentara entre sus pieles.

—¿Ves? —murmuró Agustín—. El límite también es un lugar.

Teo no se apartó. Sus manos encontraron las caderas de Agustín, no para empujar, sino para sostener. Alrededor, los quebrachos susurraban en una lengua muerta.


VIII. Los Cuerpos como Mapas

No hicieron el amor. No cruzaron la línea que Teo llamaba "sagrada". Pero esa tarde, al separarse, hubo un pacto nuevo: dejar de usar a Rebeca como escudo, dejar de citar a Freud como profeta.

En las semanas siguientes, comenzaron a caminar la laguna en silencio cómplice. A veces, cuando la luz atravesaba las nubes, Agustín veía en los ojos de Teo un destello de aquel chico que peleaba por trofeos vacíos. Otras veces, eran sólo dos hombres hermosos y perdidos, mapeando con sus pasos la frontera movediza entre el deseo y el dogma.



La laguna sigue ahí, testigo de cuerpos que aprenden a hablar sin sermones. Los chajás siguen gritando advertencias que nadie entiende. Y en algún lugar entre el cuarzo y las flores de lapacho, un colgante yace enterrado, esperando que nuevos hombres vengan a desenterrar sus propios límites.

Recordando a Gabi

 




martes, marzo 25, 2025

La Hospitalidad de Danno: Una Conversación Íntima en el Corazón de Salta

Esta tarde conocí a Danno en su ya consolidado emprendimiento turístico ubicado en la primera cuadra de la avenida San Martin. Mientras recorríamos el lugar, en esta primera oportunidad, nuestra conversación devino en un diálogo profundo explorando las complejidades de la vida, las maneras de encontrarnos entre las personas y las formas en que los varones contruimos nuestra masculinidad.


Compartimos a cerca de nuestras experiencias pasadas, nuestras maneras de pensar la vida y las aspiraciones futuras. Aportaba yo mi interés del desarrollo en la finca familiar y el turismo sustentable, con una perspectiva esperanzadora. Danno, por su parte, comentaba algunas dinámicas sociales y económicas de Salta a través de su experiencia como emprendedor.

La charla se conviertió en un viaje a través de anécdotas personales, reflexiones sobre las relaciones y planes para el futuro. Exploramos conceptos sobre la masculinidad y las complejidades de las relaciones, en el contexto de las dinámicas sociales y económicas de la ciudad capital de Salta. Sentí autenticidad y conexión genuina con Danno en un ambiente agradable, familiar, casero; donde la honestidad y la empatía fueron en aumento.

Conocer a Danno y globaliada experiencia de vida me invita a reflexionar sobre mi propia  vida, mis relaciones y mi lugar en el mundo. Me recuerda la importancia de la conexión humana y el carácter de la vulnerabilidad para construir puentes entre nosotros.

domingo, marzo 23, 2025

Un Día en Los Pozos y el Mollar: Vivencias y Emociones de Fernando

Este relato en el acceso anterior nos sumerge en la jornada de Fernando,  profundamente conectado con su tierra, su historia familiar y su propia búsqueda de identidad. A través de sus palabras, somos testigos de una emotiva travesía que entrelaza el pasado y el presente, la naturaleza y el ser humano, la soledad y el encuentro.



El día comienza con una evocación del pasado familiar. La galería de Los Pozos, testigo de cien años de historia, se convierte en un espacio simbólico donde convergen las voces de sus ancestros. La mención de su abuela Flora y sus temores ante las tormentas del sur, junto con la imagen de sus tatarabuelos reunidos en ese mismo lugar, nos transmite un sentimiento de arraigo y continuidad. La mesa, un objeto cotidiano, se transforma en un vínculo tangible que une a las distintas generaciones de hombres que han habitado esa tierra.

La memoria familiar se entrelaza con la memoria política. Fernando se encuentra trabajando en el documento para la marcha que conmemora un nuevo aniversario de la desaparición de su abuelo, un suceso trágico que marcó su vida y la de su familia. Este recuerdo, sumado a la reciente pérdida de su padre, genera en él una profunda introspección y la necesidad de "cerrar ciclos". La marcha se presenta como un acto de resistencia contra la opresión, una forma de honrar el pasado y luchar por un futuro más justo.

En medio del duelo y la memoria, surge un proyecto que representa una luz de esperanza: la construcción de una cabaña en el Mollar. Este proyecto, largamente acariciado, se convierte en un símbolo de conexión con la naturaleza y de construcción de un futuro personal. El recorrido por la senda del Mollar, entre árboles que siente como "venas de un organismo inmenso", revela una profunda comunión con el entorno natural. Fernando percibe el monte como un ser vivo que le habla, que lo conecta con sus raíces y con sus seres queridos fallecidos.

La interacción social también ocupa un lugar importante en la jornada de Fernando. El encuentro con la familia Villalaba, su calidez y sencillez, le produce una profunda alegría. La descripción detallada de los hombres que conoce y la conexión que establece con uno de ellos a través de su afición por los caballos de carrera, refleja su apertura a nuevas relaciones y su capacidad de encontrar puntos en común con personas diversas.

A lo largo del día, Fernando transita por una variedad de emociones: nostalgia, dolor, esperanza, alegría, asombro, gratitud. A pesar de las cargas del pasado y la incertidumbre del futuro, se percibe en él una sensación subyacente de tranquilidad y propósito. Su búsqueda de significado lo impulsa a conectar con su historia, con la naturaleza y con los seres que lo rodean, en un intento de encontrar su lugar en el mundo y de construir un futuro en armonía con su entorno.

Reflexiones de una Tarde en la Galería de los Pozos: Memorias, Naturaleza y Encuentros

En la casa de Los Pozos, Anta. 

Son aproximadamente las seis de la tarde y me encuentro en la galería de Los Pozos, disfrutando de una Pepsi que sobró del almuerzo que compartí con gente nueva y agradable. El cielo está nublado, el viento sopla con fuerza y presagia tormentas del sur, esas que tanto preocupaban a mi abuela Flora.


Aquí estoy, en esta galería que ha sido testigo de cien años de historia y transformación, con esta Pepsi sobre la misma mesa que mis tatarabuelos usaban para reunirse, quizás con una copa de vino o una cerveza en mano. Esa imagen permanece vívida en mi memoria, un recordatorio del legado de los hombres que habitaron esta tierra.

Hoy, como cada mañana, me levanté temprano, alrededor de las cinco y media o seis, siguiendo mi ritmo natural de tranquilidad y reflexión. Preparé café y me dediqué a escribir, a dar forma al documento para la marcha de la memoria de mañana, al cumplirse 49 años de aquel trágico día en que se llevaron a mi abuelo. Un proceso que aún estoy cerrando, en paralelo al duelo por la muerte de mi padre hace cuatro años. Y aquí me encuentro, en esta casa, en una búsqueda constante de mí mismo.

La luz del día se abrió paso con el café de la mañana, primero tenue, luego opacada por la bruma. La lluvia que amenazaba se disipó, postergándose hasta esta tarde que también promete agua. Este ciclo de espera y calma define el ritmo de este lugar.

Paragüitas no podrá continuar con la tarea de cortar los quebrachos, un proyecto que después de cuatro años comienza a materializarse en la construcción de mi cabaña. Hoy, la siento casi tangible en mi mente, con cada paso claro y definido, ubicado en su contexto.

Alrededor de las once, salí con mis perros a recorrer la senda del Mollar, una extensión de mis venas proyectada en esa forma casi circular que he logrado trazar en uno de los cuatro cuartos del terreno. Un recorrido entre árboles que siento como las venas de un organismo inmenso, que me une a mi padre y a mi abuelo. El viento, como en los tres años anteriores, ha hecho estragos, derribando árboles sobre las sendas. Precisamente junto a los árboles que habíamos cortado para obtener esos cebiles y quebrachos. Es entonces cuando percibo cómo me fusiono con el monte, cómo el monte me habla.

El viento entra y limpia los claros que abrimos. Imagino que la naturaleza encontrará la forma de cerrarlos nuevamente, si mi intrusión no es demasiado intensa. Mis dos perros y yo caminamos por esas sendas en medio del barro, resultado del arrastre de los quebrachos que lavó el humus de los senderos, impidiendo que el agua escurra como lo hace a los costados. Es el primer impacto que registro, la huella de la apertura de las sendas y los claros dejados por los árboles caídos, sumado a la acción del viento. Pero todo esto lo iré resolviendo y adaptando cuando ya esté viviendo aquí, cuando pueda devolverle al monte lo que el monte me dará a mí para construir esas cabañas y para conectarme con los espíritus que siento habitar este lugar. Esta mañana, entre la bruma, sentí a esos espíritus revolotear, fantásticos y alegres en la humedad del ambiente.

Al regresar del Mollar, después de cerrar el candado que me pidió Rana, los perros subieron al auto, llenos de barro. Pero esa cercanía con ellos es algo que disfruto profundamente, la suciedad del auto es lo de menos. De regreso, se me antojó conocer y almorzar en el comedor improvisado de la familia Villalba, quienes cuidan y trabajan la finca que perteneció a un amigo de mi padre, el ex juez Ibáñez. Encargué unas empanadas y me enteré de que estaban preparando humitas a la olla. Les dije que iría hasta Los Pozos a dejar a los perros y que regresaría en media hora, como efectivamente sucedió. Allí me encontré con un grupo de gente muy agradable, cálida y receptiva. Probé tres de las seis empanadas (las otras tres me las llevé, porque eran del doble del tamaño de las de la ciudad), y me insistieron en que me llevara también una Pepsi. Me encantó su gesto de austeridad y aprovechamiento de las cosas. Alcancé a distinguir a cuatro varones: un señor de visita, que vive con alguien que forma parte de la historia de esta tierra (aunque no recuerdo su nombre); un peón rural que trabaja en una procesadora de granos en Metán; un hombre muy conversador y abierto, que estaba allí con su esposa, quien me atendió amablemente; y un amigo de la familia Villalba, dueño de un Peugeot 207, con quien conversé largo rato.

También recuerdo a la dueña de casa, una mujer robusta que cocinaba y observaba en silencio, con una presencia notable. Y finalmente, un joven muy apuesto me preguntó si el amigo que yo conocía en Joaquín V. González y que tenía caballos de carrera era Mauro Oggi. Ese dato estableció un puente entre nosotros, una suerte de identidad reconocida. Este joven, el más atractivo de todos, estaba allí con su joven esposa. Al parecer, trabaja con los Villalba y le gustan las carreras de caballos.

Gran parte de la conversación giró en torno a las carreras de caballos, buscando puntos en común que nos unieran. Este muchacho de Quebrachal, que frecuenta las carreras en Las Lajitas, me mostró un video de las carreras y me invitó a visitarlo un fin de semana. Creo que descubrí en él a una persona interesante, por su edad, su actitud y sus características, con quien me gustaría establecer vínculos laborales y de amistad. El almuerzo en lo de los Villalba me costó 9,000 pesos, y dejé 10. Me pareció un precio excelente, considerando la media docena de empanadas, la Pepsi y la porción de humita en olla que me convidaron.

De regreso, dormí una siesta reparadora. Estaba muy cansado después de caminar unos seis kilómetros, calculo, con la botella de agua que me regalaron cuando fui a recorrer la finca de los Miy, que van a vender o que ya habrán vendido. Luego ordené mis cosas y las subí al auto para estar listo para partir. Ahora trabajaré un poco en la computadora, organizando el documento de la marcha. Lo enviaré y, al caer la noche, partiré hacia Salta para pasar la noche allí. Mañana a las diez de la mañana estaré en la Plaza 9 de Julio, para conmemorar lo que nunca más queremos que suceda: el atropello de las clases oligárquicas sobre las clases populares. Mi anhelo es un mundo donde todos tengamos cabida, y donde yo pueda integrarme a este mundo de Los Pozos y del Mollar.

lunes, marzo 03, 2025

Barro y latidos

 

Barro en la piel, huella de carnaval, 
latidos que se funden, padre e hija, 
un lazo ancestral, un canto primal, 
enredados en albahaca, dulce intriga.

Ungüentos de amor, mezcla sagrada, 
donde el tiempo se detiene, y el alma vuela,
 la fiesta se cuela, no hay nada que impida,
 ser uno con el mundo, una estela.

En cada rostro, un espejo fraterno, 
la solidaridad del carnaval, abrazo eterno,
trascendiendo la piel, el ser interno, 
en un baile ancestral, un nuevo invierno.

Padre e hija, eco de un mismo son, 
en la danza del barro, la comunión, 
unidos en la fiesta, sin condición,
 encontrando en el otro, la redención.

El carnaval, crisol de emociones, 
donde el amor paterno florece, sin razones,
 un lazo que perdura, en todas las estaciones,
 unidos en la fiesta, más allá de las nociones.