viernes, junio 20, 2025

Y en la oscuridad Andrés entendió que la paz no era solo la ausencia de tensión, sino la presencia de completud y contención

Cuento corto erótico

El eco de las últimas palabras, "eso se llama amor también", resonaba en la cabeza de Andrés como un mantra recién descubierto. Había entrado al cine con el alma revuelta, una taquicardia persistente, la misma ansiedad que le dejaba el vacío de las redes sociales. Se preguntaba sobre esa vieja dicotomía entre el cuerpo y el espíritu, la relajación muscular y la paz mental, como si fueran dos ríos que jamás se cruzarían. Pero esa noche, en la penumbra de la sala, algo se había revelado.


La Anatomía de la Paz en la Oscuridad

Su primera experiencia fue con un flaco de facciones perfectas, un afecto que se sentía en la suavidad de sus caricias, en la forma en que se entregaba. No fue solo la descarga, ni la saciedad física; fue el momento en que, con un hilo de voz, se atrevió a preguntar: "¿Me podés dar leche?". Y la respuesta, un simple "sí", pero cargado de un mundo de contención y reconocimiento. El chico se movió con un cuidado que Andrés no esperaba, se preparó, le ofreció su intimidad con una delicadeza que trascendía el acto. Fue un "impacto con la completud", una paz mental tan profunda que disipó la angustia con la que había llegado. En ese instante, en esa verbalización de un deseo y la correspondencia del otro, la relajación muscular y la paz mental no eran caminos diferentes; eran el mismo sendero hacia una sensación de integración que lo había eludido por tanto tiempo. La soledad, sin embargo, lo esperaba al final del encuentro, un cinturón ajustado en una cintura delgada que se alejaba, dejando el anhelo de una conversación pendiente, un "por qué tienen que pasar estas cosas" flotando en el aire.

Luego, Javi. Él lo encontró en la oscuridad, en una danza mutua de deseo. Andrés lo descubrió hermoso no solo con los ojos, sino con las manos, con la boca. Se arrodilló, se entregó, y de nuevo, la pregunta. "¿Podía tomarle leche?". Y otra vez, ese "sí" que resonó como una campana de validación. Fue la palabra, el deseo verbalizado y correspondido, lo que lo completó, lo que bajó la tensión mental a una quietud total. No era solo la pulsión oral, era la presencia del sujeto que lo contenía con su respuesta, quien lo veía y lo reconocía.

 

La Fragilidad de la Masculinidad Deseante

Andrés comprendía que la masculinidad que buscaba no era la del macho agresivo y "brutal en su rechazo" que había encontrado antes, ese que respondía con "qué mirás, hermano". Tampoco era la del hombre que solo busca la descarga anónima. La masculinidad "completa" y "deseante" que empezaba a vislumbrar se construía en la capacidad de comunicar un deseo, de ser vulnerable al pedir, de permitirse ser contenido y correspondido.

El contraste con la experiencia de Grindr era abismal. Allí, la "ilusión" de un encuentro se desvanecía en el "vacío" de la obsesión ajena, en el constante "pase el que sigue". La pantalla era una barrera, no un puente. No había espacio para la palabra que contiene, para el reconocimiento que pacifica. Solo ansiedad y soledad en espirales.

El miedo a la vulnerabilidad, a la que el rechazo podía exponerlo, era inmenso. Si les dijera a Alejandro o Francisco, sus vecinos de miradas intensas y diálogos emotivos, lo que sentía, ¿sería un rechazo homofóbico? Es una posibilidad, claro. La homofobia, arraigada en las construcciones sociales de masculinidad y deseo, a menudo se manifiesta como una agresión que busca invalidar al otro por su orientación sexual. Un "no" así dolería, sin duda, porque apuntaría no solo al deseo, sino a la esencia de quién es.

Pero Andrés empezaba a entender que no todo rechazo es necesariamente homofóbico, y que incluso en el rechazo hay una oportunidad para el crecimiento. Un "no" podría ser simplemente una falta de coincidencia en el deseo, una realidad dolorosa pero sin la carga de la discriminación. La verdadera liberación no estaba en evitar el rechazo, sino en sentirse autorizado a manifestar su deseo y sus sentimientos, independientemente de la respuesta. Ese era el verdadero trabajo de una masculinidad que se quería completa: no huir de la vulnerabilidad, sino abrazarla como el precio de la conexión. Porque, como había descubierto, la paz no era solo la ausencia de tensión, sino la presencia de completud y contención, un equilibrio que solo se hallaba en el puente entre su deseo y el reconocimiento del otro. Y, al fin, sabía que ese puente, aunque temblara, valía la pena construirlo.


¿Qué sensación te deja esta historia sobre el camino que estás transitando?


martes, junio 17, 2025

Regreso de la conmemoración de Güemes en Lumbreras: reflexiones sobre pertenencia y mirada crítica

 Acabo de participar en el ritual de conmemoración del héroe gaucho Güemes en Lumbreras, un evento que se extendió desde las 10 de la mañana hasta las 2 de la tarde. Fue una experiencia intensa, que hoy sintetizo en dos sensaciones: la pertenencia y el asombro ante lo inconmensurable de las relaciones humanas, incluso en comunidades pequeñas. Me fascina descubrir este mundo como un recién llegado, sintiendo que formo parte de él mientras aprendo sus códigos.


Almuerzo en la Casa Juérez. Lumbreras, después del desfile. 


En la casa del gaucho Juárez, compartí mesa con Díaz, amigo de mi padre, quien me hizo reflexionar sobre la dualidad de estas tradiciones: vistas desde fuera, parecen pintorescas y románticas; pero desde dentro, revelan una complejidad emocional y social que las trasciende. Quizás lo más valioso de mi posición sea precisamente ese estar en el límite: no del todo dentro, pero tampoco fuera, permitiéndome transitar entre ambas perspectivas.

Esto me remite a la mirada de Gayatri Spivak sobre los imperialismos hegemónicos: la importancia de cuestionar las narrativas dominantes incluso al participar en lo local. Hoy, más que respuestas, me llevo preguntas sobre identidad, tradición y los matices de la pertenencia.