domingo, mayo 04, 2025

El Viaje del Cartógrafo del Deseo Escindido

(Cuento)

Había un hombre que sentía el tiempo como capas geológicas bajo la piel. Regresó al Dique, un viejo conocido donde el agua guardaba ecos de risas pasadas y la piedra recordaba abrazos olvidados. El Viento Norte, cálido y envolvente, soplaba como una confidencia ancestral. A su lado, dos jóvenes que él había elegido, no por sangre sino por un hilo invisible de afinidad, caminaban ligeros. Verlos era abrir un mapa hacia el futuro, sembrar en la tierra la esperanza de una cosecha que trascendiera su propia existencia, que atara su nombre, y quizás el de otros (el viejo R, la memoria pública, los proyectos por venir), a una continuidad. Sentir la incipiente paternidad era anclar su alma a su cuerpo, a su edad, a una realidad que se sentía por fin sólida, desmintiendo años de vivir en un espejismo. Había una ternura potente allí, una promesa de construcción que era, lo sabía, una metamorfosis de otra energía más cruda, una alquimia del deseo.
Viento Norte restaurante, Cabra Corral


Pero el Dique también hablaba de pérdidas. Las piedras que debían portar la memoria tangible –las placas dedicadas a R. habían desaparecido. La historia se diluía sin sus anclas físicas. Comprendió, con una punzada, que recordar no era solo un acto mental, sino un hacer constante, un armar sitios, un esfuerzo político y afectivo para que el pasado no fuera solo aire. La paternidad con esos jóvenes se reveló entonces como un acto de resistencia contra el olvido y la desmemoria, personal y colectiva.

Sin embargo, una otra fuerza, un calor interno que no se sublimaba del todo en ternura o proyecto, lo arrastraba. Una necesidad primigenia lo empujaba hacia la ciudad, a un lugar de sombras conocido como el Laberinto de Carne. Este no era un templo de historias narradas en la pantalla, sino un teatro donde los cuerpos actuaban deseos mudos.

El Laberinto era un dispositivo, un artefacto diseñado con precisión cruel. Sus pasillos oscuros, sus rincones, el ritual del círculo de observadores, todo conspiraba para crear un espacio de escisión. Aquí, los cuerpos se tocaban, las bocas buscaban placer con destreza variada –una brusca, otra suave, ambas profundas–, los penes eran objetos de una liturgia sin nombre. Pero el encuentro era una ilusión. Al culminar el acto, cada cuerpo se levantaba y se disolvía en la penumbra sin un adiós, sin una mirada que prometiera un después. Era el reino del deseo fragmentado, donde la masculinidad se ponía a prueba en el acto solitario o compartido sin alma.


Para el hombre, este laberinto era también el campo de batalla de una herida antigua. La sombra de una relación de casi una década (con J) planeaba sobre él, un tiempo donde no había podido integrar su propio lado masculino, donde su deseo de ser activo, de que su potencia fuera reconocida y deseada en el otro, había quedado inexpresado. El Laberinto era el escenario donde intentaba, una y otra vez, actuar esa parte de sí mismo, buscar en la mirada o el gesto del otro la confirmación de una masculinidad que sentía incompleta. Pero la repetición anónima dejaba un eco de insatisfacción. Era una búsqueda sin encuentro final, un deseo que se alimentaba de su propia imposibilidad de completarse en un lazo.

Observándose en este ciclo, el hombre empezó a ver más allá de sus propias pulsiones. Comprendió que este Laberinto de Carne no era solo un lugar de vicio, sino un producto. Un dispositivo de dominación sutil. Al mantener los cuerpos separados del afecto, al promover la búsqueda individual y la descarga sin conexión, este espacio sostenía y reproducía el aislamiento y la fragmentación del sujeto. En un mundo que premia la individualidad y desmantela los lazos comunitarios, este tipo de sexualidad escindida se convertía en una herramienta más para mantener a los sujetos separados, absortos en su propia búsqueda insaciable, desconectados de la posibilidad de construir juntos –una vida, un proyecto, una memoria, o simplemente, un encuentro verdadero.

Pero algo se había movido en él. La represión que antes silenciaba su percepción cedía. La capacidad de nombrar la escisión, de analizar el dispositivo, de verse a sí mismo en esa dinámica –no solo como víctima, sino como partícipe– era una grieta que se abría. Era la "autorización" interna para mirar de frente su propio deseo complejo y las fuerzas que lo moldeaban. El "rascar, rascar" hasta encontrar una explicación era la pulsión de vida abriéndose paso en la oscuridad.

Y entonces, en un acto que desafió el patrón de la suposición y el miedo, tendió una mano diferente. Un mensaje a otro joven (M), una propuesta de encuentro fuera del Laberinto, una búsqueda de una conexión posible, no necesariamente la entrega total, pero sí un espacio donde el disfrute pudiera ir de la mano de la presencia mutua. Era un pequeño puente lanzado sobre el abismo de la escisión, un intento de la subjetividad por resistir al dispositivo de fragmentación, por reclamar la posibilidad de un lazo donde el cuerpo y, quizás, un atisbo de alma, pudieran encontrarse.

El hombre, el cartógrafo de sus propios deseos escindidos, seguía su viaje. Portaba la memoria húmeda del Dique, la semilla del proyecto trascendente, el anhelo de una paternidad que lo anclara. Pero también cargaba con las sombras del Laberinto de Carne, el eco de la búsqueda de una masculinidad aún por integrar del todo, y la lúcida comprensión de que su lucha más íntima –por la conexión, por la integridad del deseo, por una subjetividad no fragmentada– era, también, una batalla política. Y en su mano, ahora, tenía el hilo frágil pero persistente de la palabra y el coraje de buscar un encuentro que pudiera, quizás, coser algunos de los espejos rotos.



viernes, mayo 02, 2025

El río interior y sus afluentes eróticos: un viaje personal a través del duelo, la memoria musical y la reconfiguración de la masculinidad en los remansos del deseo.


La rotonda giraba, absorbiendo el sol matinal de Salta. En mis oídos, "Dancing Queen" tejía una burbuja sonora a mi alrededor. Pensé, mientras la melodía me envolvía como una segunda piel, en esa capacidad de la música para adherirse al alma, para convertirse en un vestuario invisible que colorea el paisaje interior. Es curioso, me dije, cómo estas canciones actúan como anclas, fijando momentos en la memoria, permitiéndome revisitar emociones con solo una nota. Quizás, en este tiempo de reconfiguración interna, aferrarme a estas melodías familiares es una forma de encontrar continuidad, un contrapunto a la sensación de estar a la deriva.

El sonido del río Juramento, constante y profundo, se filtraba por la ventanilla. Malko y Choco revoloteaban cerca, ajenos a mi ensimismamiento junto al puente. Una punzada de preocupación por el rasguño de Malko fue fugaz, eclipsada por la corriente de mis pensamientos. Diego, … su figura, un faro masculino durante años, ahora desdibujándose. Su declive, reflexioné, es un recordatorio palpable de la fragilidad de los modelos, de cómo incluso las figuras más sólidas se desvanecen con el tiempo. La muerte de mi padre, la de Ernesto… no solo pérdidas, sino también una liberación, un espacio vacío donde mi propia masculinidad debe encontrar su forma, sin la sombra de referentes inamovibles.

Recordé la bravuconería de los amigos de mi padre en aquella jornada de pesca. La exhibición de una masculinidad tosca, ajena a mi sensibilidad naciente. En ese entonces, pensé, mi deseo no encontraba asidero en ese mundo de varones. Esa distancia temprana moldeó mi identidad como un "otro". Hoy, quizás, ese "otro" encuentra más resonancia en el mundo.

Descubrí la madrejada, ese brazo tranquilo del río que se replegaba sobre sí mismo, creando un remanso bajo el puente. La filmé, atraído por su quietud. Y mi mente, inevitablemente, derivó hacia los encuentros recientes. Estos encuentros, me dije, en este tiempo de duelo, ¿no son acaso como esta madrejada? Un espacio aparte, un remanso donde la necesidad de contacto y placer busca su propio cauce.

M, volviendo después de años, depositando su deseo en mi boca. Sentí una inversión de roles, analicé, una reafirmación de mi propia capacidad de dar y recibir placer, una pequeña victoria en la renegociación de mi identidad masculina. Luego Augusto, fugaz e intenso, su boca devorándome en la cocina. La intensidad pura, pensé, una conexión física sin las ataduras del pasado o el futuro, una afirmación de mi atractivo y mi deseo. Y M, la juventud sin prejuicios, entregándose y recibiéndome con la misma libertad. La edad, constaté, dejaba de ser una barrera, abriendo nuevas posibilidades de conexión.

Estos encuentros, continué mi reflexión, son como exploraciones en un nuevo territorio emocional. No busco permanencia, sino la reafirmación de mi capacidad de desear y ser deseado, un contrapunto a la sensación de pérdida.

Mañana llegarán mis "hijitos". La palabra resonó en mi mente, cargada de un afecto particular. Con ellos, pensé, la libido toma un cariz diferente. No es la exhibición cruda y separadora del pasado, sino un lazo que une, que reconoce la igualdad en el deseo. En sus jóvenes cuerpos, en su afecto, quizás encuentre una forma de trascendencia, un legado afectivo que va más allá de la sangre.

El río seguía murmurando su canción ancestral. La madrejada, ese remanso tranquilo, reflejaba el cielo. Este río interior, pensé, con sus corrientes de duelo y sus pozos de deseo, está esculpiendo una nueva orilla para mi masculinidad. Una orilla más fluida, más honesta con mis propias necesidades y afectos, liberada de los modelos rígidos del pasado.

domingo, abril 20, 2025

Carta de un Fernando (56) a Otro Fernando (16)

A veces, una fecha congelada en el tiempo, un puñado de palabras escritas en un diario, se convierte en un espejo que nos confronta con el eco lejano de quienes fuimos. El 19 de diciembre de 1984, el día de mi cumpleaños Nº 16 en la quietud del campo anteño, volqué en papel la turbulencia de mi universo interior.

Esas notas de fines del 84, leídas cuarenta años después, son mucho más que una simple anotación. Es el retrato crudo y conmovedor del joven brillante, sensible y emocionalmente a la deriva que era. Captura la encrucijada en la que me encontraba: atrapado entre el amor de una familia que, a pesar de todo, no terminaba de tender puentes hacia mi verdadera esencia, y la vital red de apoyo de mis amigos, quienes me ofrecían el refugio y la comprensión que no encontraba en casa.

En esas líneas palpita la euforia y el dolor de mi primer amor, vivido en la clandestinidad forzosa de una época sin códigos ni referentes para la identidad gay. Ese adolescente de dieciséis años  siente la presión asfixiante de un entorno social y familiar que lo empujaba a encajar en un molde que no era el suyo, un ideal de masculinidad rural que le resultaba ajeno e inalcanzable.

La "diferencia" que el joven Fernando intuía pero no podía nombrar ni codificar, lo "aplastaba", generando una profunda inestabilidad emocional cuya expresión más visible era una melancolía persistente, vivida en la soledad de sus pensamientos y de sus notas secretas.

"Carta de un Fernando a Otro" propone un viaje a través de esas décadas transcurridas. Es el diálogo que nunca tuvo lugar en aquel entonces, un puente tendido entre el hombre de 56 años que hoy soy, con la perspectiva que dan los años y las batallas ganadas, y aquel adolescente vulnerable y lleno de anhelos, perdido en un mundo que aún no estaba preparado para recibirlo. Es la conversación pendiente, la mirada retrospectiva que busca sanar, comprender y, quizás, ofrecer el abrazo que tanto se necesitaba en aquel cumpleaños en el monte lejano.

Fernando, 41 años.Laguna de Castellanos, Anta. 


"Querido Fernando de 1984,

Fernando 56 años, 
Corrales en Laguna de Castellanos

Aquí estoy, tu yo del futuro, leyendo tus palabras. Siento cada una de tus emociones en estas líneas: la soledad de ese cumpleaños en la finca, la euforia de la conexión con tus amigos, la agonía de la llamada de Carlos, la punzada de la incomprensión con papá, el alivio en la voz de mamá, y el orgullo (justificado) por ese 9.

Quiero que sepas que el dolor y la confusión que sientes por tu 'diferencia' no son para siempre. Esa parte de ti que hoy te aplasta se convertirá, con los años, en una fuente de increíble fortaleza, autenticidad y conexión con otros. Los 'códigos culturales' que hoy no existen, empezarán a construirse, lentamente, con mucho esfuerzo, pero sucederá. Y tú serás parte de esa construcción.

El primer amor duele con una intensidad brutal, y más aún cuando sientes que debes esconderlo. La herida con Carlos pasará, y aunque cada desamor deja una marca, también te enseña sobre el amor y sobre ti mismo. Habrá otros amores, Fernando, y encontrarás la dicha que tanto anhelas, una dicha que podrás vivir con más libertad de la que puedes imaginar ahora.

Tus amigos son oro puro. Aférrate a ellos. Son la familia que eliges y el espejo que te muestra lo valioso y querible que eres. Sigue buscando esos espacios donde puedes 'hablar libremente'. Son vitales para tu supervivencia y tu crecimiento.

Lo de papá duele, lo sé. Y seguirá doliendo a veces. Él te ama, a su manera, desde sus propios miedos y su propia historia, que no tiene las herramientas para entenderte completamente. No eres vago, Fernando. Eres brillante y trabajador, solo que tus talentos y tu forma de ser no encajan en el molde que él conoce. No tienes que ser quien él quiere que seas para valer. Tu valor es intrínseco, y lo demuestras de tantas maneras (¡ese 9!). Esa angustia por agradarle es comprensible, pero con el tiempo aprenderás a soltarla un poco, a aceptarte tú primero, independientemente de su aprobación. Y quizás, solo quizás, la conversación pendiente algún día sea posible.

Sigue estudiando psicología. Es el camino correcto. Tu capacidad de introspección, tu sensibilidad y tu deseo de entender la mente humana (la tuya y la de otros) son tus mayores herramientas. Y sigue enfrentando tus miedos; tienes razón, a veces ni siquiera sabemos que tememos, pero esa fuerza para presentarte al examen aunque creías no estar listo es la misma fuerza que te sacará adelante en los desafíos futuros.

Esta etapa es dura, Fernando, muy dura. Pero eres increíblemente fuerte, más de lo que piensas. El deseo de ser autónomo, de viajar solo, de explorar... es tu espíritu que te guía hacia tu verdadero yo. Confía en ese instinto. Lo mejor está por venir, aunque hoy no lo veas claro. Habrá momentos de alegría inmensa, de amor pleno, de aceptación, de pertenencia. Aguanta. Eres amado, eres valioso, y encontrarás tu lugar en el mundo. Estoy increíblemente orgulloso del adolescente sensible, inteligente y valiente que eras.

Un abrazo inmenso desde el futuro."

Mensaje de Fernando (16) a Fernando (56):

"Fernando (si es que así te llamas ahora),

¿En serio eres yo? ¿56 años? Parece una eternidad. Leo tu carta y me da un poco de vértigo. ¿Todavía te acuerdas de esto? 

Fernando 16 años, casa de
Los Pozos, Anta.
 

Estoy en 'Los Pozos', hoy fue mi cumpleaños y fue horrible. Extraño tanto a mis amigos, la ciudad, poder ser yo sin sentir que estoy haciendo algo mal. ¿Sigo siendo tan raro? ¿Esa 'diferencia' que me aplasta, que no sé qué es, ¿desaparece alguna vez? ¿O al menos deja de doler tanto?

¿Qué pasó con Carlos? ¿Pudimos hablar? ¿Terminó todo como creo? Me duele horrores haberlo herido, pero me duele más pensar que no quiere conocerme. ¿Llego a conocer el amor, el amor de verdad, ese que no tengo que esconder o que me hace sentir que estoy fallando?

¿Estudié psicología al final? ¿Sirvió de algo ese 9? ¿Aprendí a enfrentarme a esos miedos que ni siquiera sé que tengo? ¿O sigo siendo el mismo miedoso por dentro?

¿Y papá? ¿Pude hablar con él alguna vez? ¿Entendió? ¿O yo lo entendí a él? ¿Sigue pensando que no valgo si no soy como él quiere? ¿Dejé de sentir que tengo que demostrar que no soy vago o cómodo? Mamá es un sol, ¿sigue siendo así?

¿Encontré mi lugar? ¿Puedo 'hablar libremente' en mi vida diaria o sigo necesitando escondites como Salta? ¿Esta melancolía que siento ahora, este nudo en el pecho, ¿se va alguna vez?

Quiero creer que sí, que no siempre voy a sentirme así de perdido y angustiado. ¿Valió la pena todo esto? ¿Soy feliz, Fernando? ¿Soy quien quería ser, aunque no sabía quién era del todo? Dime que sí, por favor.

Desde este cumpleaños aburrido, con la cabeza llena de preguntas y miedos."


La Pantalla Oscura del Deseo y la Luz Fugaz de la Conexión



Cuento corto



El sábado por la noche, la sala de cine olía a pochoclos rancio y expectativas húmedas. No iba por la última superproducción; mi carne pedía otra clase de espectáculo, uno más íntimo y visceral. Tenía ese hormigueo familiar, la necesidad de sentir labios ajenos recorriendo mi piel, de entregarme y recibir placer sin más preámbulos. La fantasía era clara: penes duros, bocas ávidas, un encuentro fugaz que aliviara la tensión acumulada.

Y el cine, en su penumbra cómplice, no defraudó. Primero fue el changuito, una aparición fugaz en la oscuridad entre butacas. Su juventud vibraba en la manera en que sus manos me encontraron, en la torpeza dulce de sus besos. Su miembro, tal como lo había imaginado, era una promesa firme. Luego, en un rincón más apartado, el fisicoculturista, un monumento de músculos tensos que contrastaba con la suavidad inesperada de su boca. Me perdí en la textura de sus pectorales bajo mis dedos, en la firmeza de sus muslos mientras ambos nos entregábamos al frenesí.

Hubo un momento, un instante de extraña camaradería, cuando un tercer hombre se unió a nuestro juego. Un tipo "tan tipo", como pensé, con una barba incipiente y manos rudas que sin embargo se movían con una delicadeza sorprendente. Sentir su boca en mí, y luego ofrecerle mi propio néctar, despertó una sensación inusual, una especie de masculinidad recién descubierta, liberada de las cadenas del pudor.

En la maraña de cuerpos y jadeos, también fui testigo de pequeñas comedias humanas: el que aparentaba ser el macho alfa terminando sumiso, buscando el placer en la boca ajena; el insistente admirador que me llamaba desde lejos, terminando por encontrar consuelo en los labios de otro. Era un microcosmos de deseos cruzados, de búsquedas silenciosas en la oscuridad. Y en medio de todo ese torbellino, sentí una distensión física, una liberación momentánea de la tensión.

Pero al salir a la fría noche salteña, mientras caminaba hacia el bar con la promesa de una última copa, una pregunta comenzó a roer en mi interior: ¿era solo eso lo que buscaba? ¿Una descarga física, un instante de placer sin rostro? La imagen de una pareja idealizada comenzó a tomar forma en mi mente: un hombre que me deseara y al que yo deseara, un vínculo donde dar y recibir fueran actos de amor y cuidado mutuo, no solo una transacción de cuerpos en la oscuridad. La angustia de sentirme siempre al margen, de no encajar en los roles impuestos por mi propia comunidad, regresó con fuerza.

"Nunca me pasó una relación así," me dije, la frase resonando como un lamento en el silencio de la noche. Siempre la preocupación por el rol, por ser el activo o el pasivo, una búsqueda constante que solo me dejaba un vacío persistente.

Sin embargo, algo había cambiado. Las palabras de Frank sobre autorizarme a sentir, el eco de Panza animándome a la autenticidad, y el último mensaje de David, instándome a no postergarme, a hacer algo cada día, comenzaban a germinar en mí. Por primera vez, podía narrar mi erotismo sin vergüenza, sin la autocensura que me había acompañado durante años. Podía evocar ese mundo denso y complejo que había habitado en secreto desde 2008.

Quizás, pensaba mientras pedía un trago en la barra solitaria, esta noche en el cine no había sido solo una búsqueda de placer efímero. Tal vez, en medio de los encuentros fugaces y los deseos explícitos, se había encendido una pequeña luz, la tenue promesa de un camino desconocido, un camino donde la exploración del deseo podría ser el preludio a la búsqueda de un afecto genuino, un amor que finalmente desanudara la angustia que había sido mi compañera silenciosa durante tanto tiempo. La pantalla oscura del deseo había iluminado, aunque sea por un instante, el anhelo profundo de una conexión verdadera.

viernes, abril 18, 2025

El Peso de los Códigos

Cuento corto

Imagen: IA Gemini

La noche había caído sobre la ciudad con esa lentitud opresiva de los días de invierno. Lautaro miraba su teléfono, la luz azulada iluminando su rostro cansado. El mensaje de Federico seguía ahí, clavado en la pantalla como un reproche silencioso: "Tu comentario no aporta, Lau. Solo genera un espacio gris".

Él había querido ser irónico, jugar con las palabras como siempre hacía para protegerse. Pero una vez más, su humor se había tropezado con la realidad, y ahora el malestar se expandía entre ellos como una mancha de tinta.

"No era mi intención, Fede", escribió, sintiendo cómo las teclas del celular se hundían bajo sus dedos. "Es solo… a veces siento que hablo en otro idioma. Que nadie entiende lo que digo, o peor, que no quieren entenderlo".



Federico tardó en responder. Lautaro imaginó su figura alta y serena, de pie en algún lugar entre la cocina y el living, reflexionando con esa calma que tanto lo exasperaba. Cuando al fin llegó la respuesta, era suave pero firme: "Lo sé, Lau. Pero no se trata de que te entiendan, sino de que te escuches a vos mismo. ¿Qué querés decir en realidad?".

Lautaro apretó los puños. Era fácil para Federico hablar desde su certeza, desde su lugar en el mundo. Él, en cambio, llevaba años navegando entre identidades prestadas: el hijo que no era, el gay que no encajaba ni siquiera entre los suyos, el hombre que seguía buscando un lugar donde no tener que explicarse.

"Quiero dejar de sentirme invisible", escribió, y esta vez las palabras le ardieron en la garganta. "Quiero que me miren sin que tengan que recordar primero qué soy. Sin que mi voz suene como un ruido fuera de lugar".

El silencio que siguió fue largo. Lautaro cerró los ojos, recordando las veces que había intentado moldearse para ser aceptado, las veces que había fingido no ver las miradas incómodas, los chistes disfrazados de preguntas.

Finalmente, Federico respondió: "No podés controlar cómo te miran, Lau. Solo podés elegir cómo estar frente a eso".

Era verdad. Y también era insuficiente.

Afuera, la ciudad seguía su ritmo indiferente. Lautaro se preguntó cuántos como él estarían en ese mismo instante, tratando de descifrar el código secreto para ser queridos sin condiciones.

"Voy a intentarlo, Fede", escribió, aunque no estaba seguro de qué significaba eso. Tal vez solo significaba seguir adelante, un paso a la vez, cargando el peso de su autenticidad como un farol en la oscuridad.

Federico le envió un último mensaje: "Estoy acá, hermano. No estás solo".

Y por primera vez en mucho tiempo, Lautaro permitió que esas palabras lo atravesaran sin resistencia.

jueves, abril 17, 2025

Yo náufrago voluntario: bitácora de mi escritura íntima como trinchera contra los mandatos del mundo

Entre la resistencia narrativa y la construcción de espacios propios

Imagen: IA Gemini
Mi escritura como refugio constituye el tema central de mi diario personal, es como un espacio de descolonización íntima y resistencia narrativa. En sus páginas, no me limito a registrar eventos cotidianos, sino que establezco un laboratorio introspectivo donde disecciono mi identidad en un contexto de crisis. A través de una escritura que transita entre la confesión y la crítica, mi diario se erige como un mapa de mi subjetividad en conflicto como intelectual gay en la Salta contemporánea, navegando entre las imposiciones de mandatos patriarcales, la instrumentalización de la espiritualidad y mi apremiante necesidad de forjar espacios propios. Este ejercicio mío de escritura se revela como un acto de resistencia frente a diversas formas de exclusión —sexual, política y familiar— y como un ritual transformador que convierte el dolor en una potencia creadora.

Me posiciono como un observador incómodo, un sujeto que habita los márgenes de los sistemas que cuestiono. Mi perspectiva abarca tres exclusiones fundamentales. 1.- La sexual, donde mi homosexualidad me convierte en un "bicho raro" incluso en entornos aparentemente inclusivos, evidenciando una negación de mi necesidad de empatía radical. 2.- La política, donde mi postura socialista en un consejo dominado por la derecha salteña me lleva a criticar una planificación abstracta que ignora las demandas sociales, revelando un desencanto con el tecnocratismo y 3.- la familiar, donde la pérdida de mi padre y de Leonardi, su amigo, expone mi rol de hijo no patriarcal, excluido de la camarilla masculina pero paradójicamente liberado por mi diferencia. Esta triple marginalidad me sitúa como un intelectual orgánico en crisis, cuyo compromiso primordial reside en la autenticidad más que en la adhesión a ideologías preestablecidas.

Mi diario se convierte en un testimonio de búsquedas truncas pero fértiles, marcadas por la tensión entre la autenticidad y la pertenencia. Frente a las performances vacías de otros, construyo refugios mínimos en espacios cotidianos, mis actos políticos que resisten la homogeneización. Mi intento de integrarme en grupos como Willkanina o el colectivo LGBT de la iglesia revela una paradoja: la pertenencia a menudo exige renunciar a la propia singularidad. Mi decisión de permanecer en estos espacios por un tiempo limitado no denota pasividad, sino mi duelo por una comunidad idealizada. Asimismo, mi sexualidad se manifiesta tanto como una vulnerabilidad como una herramienta de conexión, y mi propuesta de talleres en colegios, donde busco monetizar mi activismo, fusiona lo erótico y lo político, desafiando el tabú de la comercialización del activismo.

El clima emotivo que impregna mi diario se nutre de una melancolía activa, que en mi propia escritura veo simbolizada por las hojas amarillas de Villaflora, una nostalgia que me inspira en lugar de paralizarme. Mi ironía defensiva se manifiesta en mis frases que desmontan hipocresías, revelando un humor ácido como mecanismo de protección. Mi angustia, lejos de ser paralizante, se convierte en un motor productivo, impulsando la acción y la reflexión a través de la escritura. Este clima emocional no se me presenta como patológico, sino como un combustible esencial para la creación literaria.

Mi diario es mi territorio liberado, donde llevo a cabo una descolonización íntima al desmantelar mandatos opresivos y construir redes alternativas. Su estructura fragmentaria refleja la complejidad de mi identidad múltiple y consciente. La muerte de las figuras patriarcales, la de mi padre y la de su amigo Ernesto, las interpreto como una metáfora de mi propia renuncia a ser un "hijo legítimo" de cualquier sistema preestablecido. En su lugar, elijo ser autor y arquitecto de un espacio propio, donde mi escritura trasciende la mera documentación para convertirse en una fuerza creadora de realidad. Cada entrada en mi diario es un acto de resistencia, un intento de nombrar el mundo antes de que este me borre. Me recuerdo cada día que toda resistencia conlleva un duelo, y que la escritura en presente continuo es mi mejor estrategia para evitar la desaparición.

sábado, marzo 29, 2025

"La Laguna de las Plegarias no Dichas"

Construido por Ferpeq con IA Deepsee

La laguna siguió siendo testigo. A veces, cuando el sol se filtra entre las nubes, sus aguas reflejan dos figuras que ya no caminan en silencio, sino que discuten, ríen y, en raras ocasiones, se rozan las manos sin pedir permiso. El chajá sigue gritando. Los árboles susurran secretos ancestrales. Y en algún lugar entre lo sagrado y lo terrenal, un límite comienza a resquebrajarse.





I. El Caminar de las Sombras

La laguna del Chaco era un ojo abierto en la tierra, observando sin pestañear a Agustín y Teo mientras avanzaban por la senda. Los quebrachos, con sus troncos retorcidos como brazos suplicantes, parecían inclinarse para escuchar. Agustín había ensayado este momento durante semanas, pero ahora, bajo el cielo nublado que rasgaba el sol en destellos fugaces, las palabras le quemaban la garganta.

Teo caminaba a su lado, impecable en su rol de guía espiritual. Hablaba de la energía cósmica que fluye cuando el hombre se despoja de sus máscaras, mientras sus manos dibujaban círculos en el aire. Agustín contaba cada una de sus metáforas vacías: "autorizarse, aparecer, sentir". Eran las mismas que usaba en los retiros de varones, donde abrazaba a otros hombres con la excusa de sanar heridas ancestrales.

—Teo —interrumpió Agustín, deteniéndose frente a un lapacho cuyas flores rosadas caían como lágrimas—. Necesito decirte algo.

El viento se llevó sus últimas dudas.


II. La Confesión como Ritual

—Me atraés —dijo, clavando la mirada en el pecho desnudo de Teo, donde un colgante de cuarzo brillaba bajo la luz intermitente—. Pero no es solo sexual. Es... una conexión que no entiendo.

Teo no apartó los ojos. Su sonrisa fue un puente levadizo que se cerraba.

—¿Transferencia? —preguntó, usando el término psicoanalístico como escudo—. En los grupos, a veces proyectamos en otros lo que no vemos en nosotros.

Agustín sintió el suelo moverse. No era transferencia: era el eco de todos los hombres heterosexuales que lo habían mirado con curiosidad en los vestuarios, en los bares, en las esquinas oscuras de su memoria. Hombres que jugaban a acariciar el abismo sin caer.

—He analizado esto —continuó, las palabras saliendo en ráfagas—. Sé que idealizo tu autenticidad, tu... tu forma de habitar el mundo sin miedo. Pero también sé que esta fantasía me castra.

Usó la palabra deliberadamente: castra. La misma que Teo empleaba en sus talleres para hablar de "la sociedad que nos emascula".


III. El Laberinto de los Cuerpos

Teo posó una mano en su hombro. El contacto era idéntico al de los retiros: firme, fraternal, calculado para no traspasar el umbral de lo sagrado.

—¿Por qué necesita esto una definición? —dijo, su voz un mantra—. Lo que hay entre nosotros es un organismo vivo, no un contrato.

Agustín recordó entonces a Rebeca. La había visto una vez, en una foto donde Teo la abrazaba con la misma intensidad con que abrazaba a los hombres del círculo. "Con ella tampoco puedo tener sexo cuando quiero", había confesado Teo, como si la abstinencia fuera un mérito espiritual.

—¿Y si lo sexual es parte del organismo? —replicó Agustín, desafiando el colgante de cuarzo que ahora le parecía un centinela—. Tú dices que todo es energía, ¿no? Pues esto también lo es.

El sol se ocultó. Un grupo de chajás cruzó el cielo, sus gritos perforando el silencio.


IV. Los Límites como Espinas

Teo dio un paso atrás. Su rostro de héroe griego se crispó en una mueca que Agustín nunca le había visto:

—¿Sabes por qué trabajo tanto en estos grupos? —preguntó, mirando la laguna—. Porque mi padre me abrazaba sólo cuando ganaba trofeos.

La confesión cayó como una piedra. Agustín sintió una mezcla de triunfo y terror: había logrado romper el mármol, pero ahora la grieta mostraba algo frágil, casi infantil.

—Yo no quiero trofeos —susurró—. Quiero...

No terminó la frase. Teo ya lo abrazaba, pero esta vez diferente: sus manos temblaban en la espalda de Agustín, sus dedos se hundían en la carne como buscando anclaje. El cuarzo helado del colgante se incrustó en el esternón de Agustín, marcándole la piel.


V. Las Tres Semanas de Ausencia

No se vieron por veintiún días. Agustín pasó las noches diseccionando cada gesto: el temblor de las manos de Teo, el susurro de "no podemos" que sonó más a plegaria que a prohibición. En Instagram, Teo publicó una foto meditando al borde de la laguna, el torso desnudo brillando bajo un sol que Agustín juró haber visto sólo en sus sueños.

En la biblioteca pública de Resistencia, entre libros de Freud y Marcuse, Agustín encontró una cita subrayada: "El deseo prohibido no es el que se niega, sino el que se ritualiza para no ser vivido". Esa noche soñó que Teo dirigía un círculo de hombres desnudos, todos con colgantes de cuarzo, todos repitiendo "autorizarse, aparecer, sentir" mientras las flores de lapacho se convertían en gotas de sangre.


VI. El Regreso al Espejo

El reencuentro fue en el mismo sendero, pero la laguna ahora reflejaba un cielo teñido de púrpura. Teo llegó con huellas de insomnio y una camisa abierta que mostraba el cuarzo brillando sobre vello rubio.

—Rebeca me dejó —anunció, sin preámbulos—. Dijo que uso la espiritualidad para esconderme.

Agustín no se movió. Un chajá aterrizó cerca, clavando su pico rojo en el lodo.

—¿Y vos qué creés? —preguntó, sabiendo la respuesta.

Teo miró hacia el agua. En el reflejo, sus cuerpos parecían fundirse con los árboles ancestrales.

—Creo que tengo miedo de que esto —señaló el espacio entre ellos— sea más grande que mis enseñanzas.


VII. El Ritual Quebrado

Fue Agustín quien cerró la distancia esta vez. Sus labios rozaron la cicatriz que Teo tenía sobre el labio, resto de una pelea adolescente que nunca había contado. No hubo beso, pero el contacto duró lo suficiente para que el colgante de cuarzo se calentara entre sus pieles.

—¿Ves? —murmuró Agustín—. El límite también es un lugar.

Teo no se apartó. Sus manos encontraron las caderas de Agustín, no para empujar, sino para sostener. Alrededor, los quebrachos susurraban en una lengua muerta.


VIII. Los Cuerpos como Mapas

No hicieron el amor. No cruzaron la línea que Teo llamaba "sagrada". Pero esa tarde, al separarse, hubo un pacto nuevo: dejar de usar a Rebeca como escudo, dejar de citar a Freud como profeta.

En las semanas siguientes, comenzaron a caminar la laguna en silencio cómplice. A veces, cuando la luz atravesaba las nubes, Agustín veía en los ojos de Teo un destello de aquel chico que peleaba por trofeos vacíos. Otras veces, eran sólo dos hombres hermosos y perdidos, mapeando con sus pasos la frontera movediza entre el deseo y el dogma.



La laguna sigue ahí, testigo de cuerpos que aprenden a hablar sin sermones. Los chajás siguen gritando advertencias que nadie entiende. Y en algún lugar entre el cuarzo y las flores de lapacho, un colgante yace enterrado, esperando que nuevos hombres vengan a desenterrar sus propios límites.

Recordando a Gabi

 




martes, marzo 25, 2025

La Hospitalidad de Danno: Una Conversación Íntima en el Corazón de Salta

Esta tarde conocí a Danno en su ya consolidado emprendimiento turístico ubicado en la primera cuadra de la avenida San Martin. Mientras recorríamos el lugar, en esta primera oportunidad, nuestra conversación devino en un diálogo profundo explorando las complejidades de la vida, las maneras de encontrarnos entre las personas y las formas en que los varones contruimos nuestra masculinidad.


Compartimos a cerca de nuestras experiencias pasadas, nuestras maneras de pensar la vida y las aspiraciones futuras. Aportaba yo mi interés del desarrollo en la finca familiar y el turismo sustentable, con una perspectiva esperanzadora. Danno, por su parte, comentaba algunas dinámicas sociales y económicas de Salta a través de su experiencia como emprendedor.

La charla se conviertió en un viaje a través de anécdotas personales, reflexiones sobre las relaciones y planes para el futuro. Exploramos conceptos sobre la masculinidad y las complejidades de las relaciones, en el contexto de las dinámicas sociales y económicas de la ciudad capital de Salta. Sentí autenticidad y conexión genuina con Danno en un ambiente agradable, familiar, casero; donde la honestidad y la empatía fueron en aumento.

Conocer a Danno y globaliada experiencia de vida me invita a reflexionar sobre mi propia  vida, mis relaciones y mi lugar en el mundo. Me recuerda la importancia de la conexión humana y el carácter de la vulnerabilidad para construir puentes entre nosotros.

domingo, marzo 23, 2025

Un Día en Los Pozos y el Mollar: Vivencias y Emociones de Fernando

Este relato en el acceso anterior nos sumerge en la jornada de Fernando,  profundamente conectado con su tierra, su historia familiar y su propia búsqueda de identidad. A través de sus palabras, somos testigos de una emotiva travesía que entrelaza el pasado y el presente, la naturaleza y el ser humano, la soledad y el encuentro.



El día comienza con una evocación del pasado familiar. La galería de Los Pozos, testigo de cien años de historia, se convierte en un espacio simbólico donde convergen las voces de sus ancestros. La mención de su abuela Flora y sus temores ante las tormentas del sur, junto con la imagen de sus tatarabuelos reunidos en ese mismo lugar, nos transmite un sentimiento de arraigo y continuidad. La mesa, un objeto cotidiano, se transforma en un vínculo tangible que une a las distintas generaciones de hombres que han habitado esa tierra.

La memoria familiar se entrelaza con la memoria política. Fernando se encuentra trabajando en el documento para la marcha que conmemora un nuevo aniversario de la desaparición de su abuelo, un suceso trágico que marcó su vida y la de su familia. Este recuerdo, sumado a la reciente pérdida de su padre, genera en él una profunda introspección y la necesidad de "cerrar ciclos". La marcha se presenta como un acto de resistencia contra la opresión, una forma de honrar el pasado y luchar por un futuro más justo.

En medio del duelo y la memoria, surge un proyecto que representa una luz de esperanza: la construcción de una cabaña en el Mollar. Este proyecto, largamente acariciado, se convierte en un símbolo de conexión con la naturaleza y de construcción de un futuro personal. El recorrido por la senda del Mollar, entre árboles que siente como "venas de un organismo inmenso", revela una profunda comunión con el entorno natural. Fernando percibe el monte como un ser vivo que le habla, que lo conecta con sus raíces y con sus seres queridos fallecidos.

La interacción social también ocupa un lugar importante en la jornada de Fernando. El encuentro con la familia Villalaba, su calidez y sencillez, le produce una profunda alegría. La descripción detallada de los hombres que conoce y la conexión que establece con uno de ellos a través de su afición por los caballos de carrera, refleja su apertura a nuevas relaciones y su capacidad de encontrar puntos en común con personas diversas.

A lo largo del día, Fernando transita por una variedad de emociones: nostalgia, dolor, esperanza, alegría, asombro, gratitud. A pesar de las cargas del pasado y la incertidumbre del futuro, se percibe en él una sensación subyacente de tranquilidad y propósito. Su búsqueda de significado lo impulsa a conectar con su historia, con la naturaleza y con los seres que lo rodean, en un intento de encontrar su lugar en el mundo y de construir un futuro en armonía con su entorno.

Reflexiones de una Tarde en la Galería de los Pozos: Memorias, Naturaleza y Encuentros

En la casa de Los Pozos, Anta. 

Son aproximadamente las seis de la tarde y me encuentro en la galería de Los Pozos, disfrutando de una Pepsi que sobró del almuerzo que compartí con gente nueva y agradable. El cielo está nublado, el viento sopla con fuerza y presagia tormentas del sur, esas que tanto preocupaban a mi abuela Flora.


Aquí estoy, en esta galería que ha sido testigo de cien años de historia y transformación, con esta Pepsi sobre la misma mesa que mis tatarabuelos usaban para reunirse, quizás con una copa de vino o una cerveza en mano. Esa imagen permanece vívida en mi memoria, un recordatorio del legado de los hombres que habitaron esta tierra.

Hoy, como cada mañana, me levanté temprano, alrededor de las cinco y media o seis, siguiendo mi ritmo natural de tranquilidad y reflexión. Preparé café y me dediqué a escribir, a dar forma al documento para la marcha de la memoria de mañana, al cumplirse 49 años de aquel trágico día en que se llevaron a mi abuelo. Un proceso que aún estoy cerrando, en paralelo al duelo por la muerte de mi padre hace cuatro años. Y aquí me encuentro, en esta casa, en una búsqueda constante de mí mismo.

La luz del día se abrió paso con el café de la mañana, primero tenue, luego opacada por la bruma. La lluvia que amenazaba se disipó, postergándose hasta esta tarde que también promete agua. Este ciclo de espera y calma define el ritmo de este lugar.

Paragüitas no podrá continuar con la tarea de cortar los quebrachos, un proyecto que después de cuatro años comienza a materializarse en la construcción de mi cabaña. Hoy, la siento casi tangible en mi mente, con cada paso claro y definido, ubicado en su contexto.

Alrededor de las once, salí con mis perros a recorrer la senda del Mollar, una extensión de mis venas proyectada en esa forma casi circular que he logrado trazar en uno de los cuatro cuartos del terreno. Un recorrido entre árboles que siento como las venas de un organismo inmenso, que me une a mi padre y a mi abuelo. El viento, como en los tres años anteriores, ha hecho estragos, derribando árboles sobre las sendas. Precisamente junto a los árboles que habíamos cortado para obtener esos cebiles y quebrachos. Es entonces cuando percibo cómo me fusiono con el monte, cómo el monte me habla.

El viento entra y limpia los claros que abrimos. Imagino que la naturaleza encontrará la forma de cerrarlos nuevamente, si mi intrusión no es demasiado intensa. Mis dos perros y yo caminamos por esas sendas en medio del barro, resultado del arrastre de los quebrachos que lavó el humus de los senderos, impidiendo que el agua escurra como lo hace a los costados. Es el primer impacto que registro, la huella de la apertura de las sendas y los claros dejados por los árboles caídos, sumado a la acción del viento. Pero todo esto lo iré resolviendo y adaptando cuando ya esté viviendo aquí, cuando pueda devolverle al monte lo que el monte me dará a mí para construir esas cabañas y para conectarme con los espíritus que siento habitar este lugar. Esta mañana, entre la bruma, sentí a esos espíritus revolotear, fantásticos y alegres en la humedad del ambiente.

Al regresar del Mollar, después de cerrar el candado que me pidió Rana, los perros subieron al auto, llenos de barro. Pero esa cercanía con ellos es algo que disfruto profundamente, la suciedad del auto es lo de menos. De regreso, se me antojó conocer y almorzar en el comedor improvisado de la familia Villalba, quienes cuidan y trabajan la finca que perteneció a un amigo de mi padre, el ex juez Ibáñez. Encargué unas empanadas y me enteré de que estaban preparando humitas a la olla. Les dije que iría hasta Los Pozos a dejar a los perros y que regresaría en media hora, como efectivamente sucedió. Allí me encontré con un grupo de gente muy agradable, cálida y receptiva. Probé tres de las seis empanadas (las otras tres me las llevé, porque eran del doble del tamaño de las de la ciudad), y me insistieron en que me llevara también una Pepsi. Me encantó su gesto de austeridad y aprovechamiento de las cosas. Alcancé a distinguir a cuatro varones: un señor de visita, que vive con alguien que forma parte de la historia de esta tierra (aunque no recuerdo su nombre); un peón rural que trabaja en una procesadora de granos en Metán; un hombre muy conversador y abierto, que estaba allí con su esposa, quien me atendió amablemente; y un amigo de la familia Villalba, dueño de un Peugeot 207, con quien conversé largo rato.

También recuerdo a la dueña de casa, una mujer robusta que cocinaba y observaba en silencio, con una presencia notable. Y finalmente, un joven muy apuesto me preguntó si el amigo que yo conocía en Joaquín V. González y que tenía caballos de carrera era Mauro Oggi. Ese dato estableció un puente entre nosotros, una suerte de identidad reconocida. Este joven, el más atractivo de todos, estaba allí con su joven esposa. Al parecer, trabaja con los Villalba y le gustan las carreras de caballos.

Gran parte de la conversación giró en torno a las carreras de caballos, buscando puntos en común que nos unieran. Este muchacho de Quebrachal, que frecuenta las carreras en Las Lajitas, me mostró un video de las carreras y me invitó a visitarlo un fin de semana. Creo que descubrí en él a una persona interesante, por su edad, su actitud y sus características, con quien me gustaría establecer vínculos laborales y de amistad. El almuerzo en lo de los Villalba me costó 9,000 pesos, y dejé 10. Me pareció un precio excelente, considerando la media docena de empanadas, la Pepsi y la porción de humita en olla que me convidaron.

De regreso, dormí una siesta reparadora. Estaba muy cansado después de caminar unos seis kilómetros, calculo, con la botella de agua que me regalaron cuando fui a recorrer la finca de los Miy, que van a vender o que ya habrán vendido. Luego ordené mis cosas y las subí al auto para estar listo para partir. Ahora trabajaré un poco en la computadora, organizando el documento de la marcha. Lo enviaré y, al caer la noche, partiré hacia Salta para pasar la noche allí. Mañana a las diez de la mañana estaré en la Plaza 9 de Julio, para conmemorar lo que nunca más queremos que suceda: el atropello de las clases oligárquicas sobre las clases populares. Mi anhelo es un mundo donde todos tengamos cabida, y donde yo pueda integrarme a este mundo de Los Pozos y del Mollar.

lunes, marzo 03, 2025

Barro y latidos

 

Barro en la piel, huella de carnaval, 
latidos que se funden, padre e hija, 
un lazo ancestral, un canto primal, 
enredados en albahaca, dulce intriga.

Ungüentos de amor, mezcla sagrada, 
donde el tiempo se detiene, y el alma vuela,
 la fiesta se cuela, no hay nada que impida,
 ser uno con el mundo, una estela.

En cada rostro, un espejo fraterno, 
la solidaridad del carnaval, abrazo eterno,
trascendiendo la piel, el ser interno, 
en un baile ancestral, un nuevo invierno.

Padre e hija, eco de un mismo son, 
en la danza del barro, la comunión, 
unidos en la fiesta, sin condición,
 encontrando en el otro, la redención.

El carnaval, crisol de emociones, 
donde el amor paterno florece, sin razones,
 un lazo que perdura, en todas las estaciones,
 unidos en la fiesta, más allá de las nociones.


martes, febrero 25, 2025

La tensión homoerótica como catalizador: Un encuentro gestáltico en el shopping de Salta

IA generativa, Gemini

 Hoy conversé con Miguel en este bar del shopping de Salta y, como siempre, siento esa corriente eléctrica que recorre el ambiente apenas lo veo acercarse. No sé si es atracción físico o una mezcla de coas; hay algo más profundo, una fascinación por su mente brillante y, al mismo tiempo, por esa coraza que lo protege del mundo.

Lo saludo con una sonrisa y lo invito a sentarse. Noto su vulnerabilidad a flor de piel, esa inseguridad que intenta disimular con su discurso intelectualizado. Me pregunto, como tantas veces, cómo ayudarlo a derribar esas barreras y a conectar con su verdadero ser.

Comenzamos a hablar y pronto sale a relucir su dificultad para establecer relaciones auténticas con otros hombres. Me cuenta, con una mezcla de vergüenza y resignación, sobre su adicción a las aplicaciones de citas, sobre cómo se siente utilizado y descartado después de cada encuentro. Intuyo que la compulsión sexual es solo la punta del iceberg, una forma de llenar un vacío emocional mucho más profundo. El murmullo del bar crea una atmósfera íntima a pesar de estar rodeados de gente.

Lo escucho con atención, tratando de percibir las sutilezas de su lenguaje corporal, las microexpresiones que revelan sus verdaderos sentimientos. Le hablo del "campo", de cómo la relación entre nosotros se cocrea en cada encuentro, de cómo su propia falta de autenticidad afecta la dinámica.

Percibo que hay un lado suyo "en el pantano con llave", una parte instintiva y corporal que mantiene reprimida por miedo al juicio y al rechazo. Intuyo que su mente brillante ha construido un muro alrededor de su corazón, impidiéndole sentir y expresar sus emociones de manera auténtica.

Veo que mis palabras lo impactan. Se remueve en la silla, evita mi mirada, se muerde los labios. De repente, me confiesa: "Me siento desnudo". Sonrío por dentro. Sé que estamos avanzando, que está empezando a permitirse ser vulnerable.

Le hablo de la masculinidad hegemónica, de cómo este modelo tóxico nos impone ser fuertes, exitosos y dominantes, reprimiendo nuestras emociones y negando nuestra vulnerabilidad. Le explico cómo este modelo genera soledad y dificulta el establecimiento de vínculos genuinos.

Lo animo a explorar nuevas formas de ser hombre, basadas en la empatía, el respeto y la conexión genuina. Lo invito a conectar con su cuerpo, a sentir sus emociones, a dejar de lado el análisis mental y a permitirse ser vulnerable. Le propongo actividades experienciales en la naturaleza, como una forma de reconectar con su lado más instintivo y salvaje.

En un momento dado, surge el tema de la posible inclusión de una mujer en el grupo de varones. Noto su ansiedad. Intuyo que la presencia de lo femenino remueve algo profundo en él, quizás relacionado con su propia relación con su madre o con sus propias inseguridades sobre su masculinidad.

Le recuerdo que la honestidad y la vulnerabilidad son fundamentales para construir relaciones significativas. Lo animo a expresar sus sentimientos dentro del grupo, a no tener miedo de mostrarse tal como es. Le sugiero que sea compasivo consigo mismo, que se permita sentir y que no se juzgue tan duramente.

Durante toda la conversación, soy consciente de la tensión homoerótica que existe entre nosotros. No la niego, pero tampoco la alimento de manera explícita. Sé que esa tensión puede ser un catalizador para su propio proceso de autodescubrimiento, una invitación a explorar su deseo y a romper con los mandatos que lo limitan.

Al final del encuentro, siento que hemos sembrado una semilla. Sé que el camino es largo y difícil, pero también sé que Miguel tiene el potencial de transformarse y de vivir una vida más auténtica y plena.

Mi rol como dinamizador gestáltico es acompañarlo en este proceso, guiarlo y desafiarlo al mismo tiempo. Pero también soy consciente de que yo también me veo transformado por nuestra relación. Su vulnerabilidad me espeja, su lucha me inspira y su búsqueda de autenticidad me recuerda la importancia de seguir explorando mi propio ser.

Lo veo alejarse por el pasillo del shopping y me quedo con una sensación de esperanza. Sé que juntos podemos desenterrar ese lado suyo "en el pantano con llave" y permitirle florecer en toda su autenticidad. Y quizás, en ese proceso, también yo pueda descubrir algo nuevo sobre mí mismo. El sol de la mañana ilumina su figura mientras se aleja, y siento una profunda conexión con él.

Desenterrando al hombre en el pantano: un viaje hacia la autenticidad masculina

Producida con IA, Gemini

  Hoy me siento especialmente vulnerable al encontrarme con Fran en este bar del shopping de Salta. La tensión homoerótica es innegable, una corriente subterránea que palpita bajo cada palabra, cada mirada. Él me espera en nuestra mesa habitual, con un café y unas medialunas, y con una sonrisa que intuyo sincera, aunque una parte de mí siempre desconfía, siempre teme estar idealizándolo.

"¿Cómo estás, Miguel?", pregunta, y la simpleza de la pregunta me desarma. ¿Cómo estoy? Atrapado, diría. Atrapado en este cuerpo que a veces siento ajeno, en esta mente que analiza y teoriza sin cesar, en este deseo que me quema por dentro y que me aterra expresar.

Comenzamos a hablar, y pronto sale a relucir el tema recurrente: mi dificultad para conectar con otros hombres. Le cuento, una vez más, sobre mi compulsión sexual, sobre cómo Tinder y Grinder se han convertido en jaulas virtuales donde busco desesperadamente una conexión que nunca llega. "Es como una droga", le digo, "una droga que me deja vacío y solo". El bullicio del shopping contrasta con la intimidad de nuestra conversación.

Fran asiente, con esa mirada que parece leer mis pensamientos más ocultos. Me habla del "campo", de cómo la relación entre nosotros se construye en cada encuentro, de cómo mi propia falta de autenticidad impide que ese campo se complete. Me dice que percibe un lado mío "en el pantano con llave", una parte instintiva y corporal que mantengo reprimida por miedo y vergüenza.

Sus palabras me golpean como un mazazo. Siento que me desnuda, que ve a través de todas mis máscaras y defensas. "Me siento desnudo", le confieso, y él me responde con una sonrisa tranquilizadora. "Es bueno que te sientas así", me dice. "Significa que estamos creando un espacio de autenticidad". El aroma a café recién hecho me reconforta un poco.

Hablamos también de la masculinidad, de cómo el modelo tradicional nos impone ser fuertes, exitosos y dominantes, reprimiendo nuestras emociones y negando nuestra vulnerabilidad. Le cuento sobre mis estudios, sobre cómo he llegado a la conclusión de que este modelo es tóxico y dañino, pero me confieso incapaz de romper con él por completo. "Es como si tuviera el chip implantado", le digo.

Fran me anima a explorar nuevas formas de ser hombre, basadas en la empatía, el respeto y la conexión genuina. Me invita a conectar con mi cuerpo, a sentir mis emociones, a dejar de lado el análisis mental y a permitirme ser vulnerable. Me propone actividades experienciales en la naturaleza, como una forma de reconectar con mi lado más instintivo y salvaje. "Sal de tu cueva, Miguel", me dice. "Despliega tu humanidad". Miro a través del ventanal del bar y veo la gente pasar, cada uno inmerso en su propio mundo.

En un momento dado, surge el tema de la posible inclusión de una mujer en el grupo de varones. Siento un escalofrío recorrer mi cuerpo. La idea me genera ansiedad y temor. Temo que la dinámica del grupo cambie, que mis compañeros me juzguen, que yo quede al margen. Le confieso mis miedos a Fran, y él me escucha con paciencia y comprensión.

Me recuerda que la honestidad y la vulnerabilidad son fundamentales para construir relaciones significativas. Me anima a expresar mis sentimientos dentro del grupo, a no tener miedo de mostrarme tal como soy. "No te juzgues tan duramente, Miguel", me dice. "Sé compasivo contigo mismo".

La conversación fluye, y siento que algo se mueve dentro de mí. No sé exactamente qué es, pero es como si una capa de hielo se estuviera derritiendo, permitiendo que la luz entre en un espacio oscuro y olvidado. La tensión homoerótica sigue presente, pero ya no me asusta tanto. Empiezo a verla como una posibilidad, como una invitación a explorar un territorio desconocido y excitante.

Al final del encuentro, me siento exhausto pero también renovado. Sé que el camino es largo y difícil, pero también sé que no estoy solo. Tengo a Fran, con su mirada penetrante y su sabiduría gestáltica, y tengo la certeza de que, juntos, podemos desenterrar ese lado mío "en el pantano con llave" y permitirle florecer en toda su autenticidad.

Salgo del bar con la sensación de haber dado un pequeño paso hacia la libertad. Todavía me queda mucho por explorar, mucho por sentir, mucho por descubrir. Pero hoy, por primera vez en mucho tiempo, me siento un poco más cerca de mí mismo. El sol de Salta brilla intensamente al salir del shopping.

martes, febrero 18, 2025

Sobre la emancipación subjetiva y el manejo del sufrimiento humano. Conversaciones con David

Intercambios de texto con David. En torno al sufimiento del duelo y la sujeción cultural. 
La historia de Epicteto es un testimonio de la capacidad del espíritu humano para trascender las circunstancias adversas. A pesar de haber nacido esclavo, supo cultivar la sabiduría y la virtud, convirtiéndose en un referente filosófico para recordanos que la verdadera libertad reside en el dominio de uno mismo y en la aceptación de lo que no podemos controlar.


El esclavo Epicteto y su dueño Epafrodito



“Al sufrimiento hay que tratarlo con mano de enfermara –decía Pemán- para nunca aumentarlo cuando tratamos de aliviarlo.” (Carlos G. Vallés, s.j.) ¿Por qué sufro cuando sufro?, Ed. San Pablo, pàg, 5).


“Hay sufrimientos y sufrimientos. Hay sufrimientos inevitables y sufrimientos ciertamente evitables. Y, más importante aún, hay una actitud o una manera de tratar el sufrimiento que sí puede suavizar su impacto cuando nos hiere a cada uno. (…) Lo que sucede es importante, pero la manera como reaccionamos ante ello es más importante aún”. (Op. Cit. 5-6).


“Los dioses dejaron en manos de los hombres la manera como éstos escojan responder a las circunstancias de la vida; de las demás cosas… los dioses no dejaron ninguna en manos de los hombres”. (Epicteto, en Op. cit..,pág. 6).


“Lo que afecta a los hombres no son los hechos sino sus opiniones acerca de los hechos”. (Epicteto. Op. Cit., pág. 13).


“Estás solo: si lo llamas “soledad” sufres; si lo llamas “tranquilidad”, disfrutas. Estás en grupo: si lo llamas “multitud”, te ahogas; si lo llamas “compañía”, te relajas”. (Epicteto, Op. Cit., pág. 25).


“Esa es la varita de Hermes. Todo lo que ella toca se convierte en oro, según el dicho popular. Yo no digo tanto, pero sí digo que tráeme lo que quieras, y el toque de esa varita del recto entender le quitará su asperidad. Tráeme enfermedades, tráeme la muerte, tráeme la pobreza, tráeme insultos, tráeme acusaciones graves ante los tribunales. Todo eso lo cambiará la varita de Hermes. ¿Qué qué puedo hacer con la muerte? Que te honre, que te dé la oportunidad de mostrar tu entereza, que muestre lo que es un hombre cabal que sigue la ley de la naturaleza. ¿Qué qué haré si me enfermo? Ser un buen enfermo, ser paciente, ser firme, ser alegre y ni adular la muerte ni temer la muerte.” (Epicteto.,Op. Cit., pág. 30).



“Un hombre se presentó a Epicteto y le preguntó: “¿Cómo conseguir que mi hermano no se enfade conmigo y me regañe?”. Epicteto le contestó: ‘Tráeme a tu hermano, y hablaré con él”. El hombre insistió: “El no vendrá en manera alguna, y aunque viniera no serviría de nada, pues él no ha de cambiar”. “Ahora has aclarado tu caso. Con quien hay que tratar es contigo, no con tu hermano. Si tu hermano cambia o no, eso le toca a él; ojalá cambie, pero eso no está en tu mano. Lo que sí está en tu mano es no perturbarte por la conducta de tu hermano. El origen de toda perturbación es el desear que algo cambie y el no lograr que sea así. Nos dan ganas de sacarle los ojos a quien se nos opone, y ya que no podemos hacerlo, nos ponemos a lamentarnos, gemir e insultar a quien podemos (…). Educarse es aprender a distinguir las cosas que están en nuestro poder y las que no lo están. Y luego saber cultivar la ecuanimidad con respecto a las cosas que no están en nuestro poder.” (Op. Cit., pág. 35-36).



Dimensiones de análisis:

Análisis de las frases

  1. "Al sufrimiento hay que tratarlo con mano de enfermera... para nunca aumentarlo cuando tratamos de aliviarlo." Esta frase de Carlos G. Vallés nos invita a abordar el sufrimiento con delicadeza y cuidado, evitando juicios o interpretaciones que puedan agravarlo. La imagen de la enfermera sugiere una actitud de acompañamiento y contención, buscando el alivio sin añadir más carga emocional.

  2. "Hay sufrimientos y sufrimientos... Lo que sucede es importante, pero la manera como reaccionamos ante ello es más importante aún." Esta cita reconoce la diversidad de experiencias de sufrimiento, algunas inevitables y otras evitables. Sin embargo, enfatiza que la clave está en nuestra actitud y respuesta ante el sufrimiento, ya que podemos elegir cómo interpretarlo y afrontarlo.

  3. "Los dioses dejaron en manos de los hombres la manera como éstos escojan responder a las circunstancias de la vida..." Esta frase de Epicteto nos recuerda que tenemos libre albedrío para elegir cómo enfrentar las adversidades. Si bien no podemos controlar las circunstancias externas, sí podemos decidir nuestra actitud y acciones en respuesta a ellas.

  4. "Lo que afecta a los hombres no son los hechos sino sus opiniones acerca de los hechos." Esta idea central del estoicismo nos invita a reflexionar sobre cómo nuestras interpretaciones y juicios sobre los eventos influyen en nuestro bienestar emocional. Al cambiar nuestra perspectiva, podemos transformar nuestra experiencia del sufrimiento.

  5. "Estás solo: si lo llamas 'soledad' sufres; si lo llamas 'tranquilidad', disfrutas." Este ejemplo de Epicteto ilustra cómo nuestra mente puede convertir una misma situación en una fuente de sufrimiento o de bienestar, dependiendo de cómo la interpretemos. La clave está en elegir una perspectiva que nos permita vivir en paz con nosotros mismos y con el mundo.

  6. "Esa es la varita de Hermes... tráeme lo que quieras, y el toque de esa varita del recto entender le quitará su asperidad." Epicteto utiliza la metáfora de la varita de Hermes para referirse a la capacidad de la razón y la virtud para transformar cualquier adversidad en una oportunidad de crecimiento y aprendizaje. Al aceptar y abrazar lo que no podemos cambiar, encontramos la paz interior.

  7. "Un hombre se presentó a Epicteto y le preguntó: '¿Cómo conseguir que mi hermano no se enfade conmigo y me regañe?'... Educarse es aprender a distinguir las cosas que están en nuestro poder y las que no lo están." Esta anécdota de Epicteto nos enseña a enfocarnos en lo que podemos controlar: nuestra propia actitud y acciones. Al dejar de lado el deseo de cambiar a los demás, encontramos la libertad y la paz interior.

Otras dimensiones posibles de ser miradas

  • El papel del cuerpo: Además de la mente y las emociones, es importante considerar cómo el sufrimiento se manifiesta en el cuerpo y cómo podemos abordarlo a través de prácticas como el yoga, la meditación o el ejercicio físico.
  • El contexto social y cultural: El sufrimiento no es solo individual, sino también colectivo. Las estructuras sociales, las normas culturales y las desigualdades pueden generar sufrimiento y limitar la capacidad de las personas para afrontarlo.
  • La búsqueda de sentido: El sufrimiento puede ser una oportunidad para reflexionar sobre el sentido de la vida y nuestros valores. Al encontrar un propósito y significado en medio del dolor, podemos transformar nuestra experiencia y encontrar la resiliencia.
  • La espiritualidad: Para algunas personas, la fe y las prácticas espirituales pueden ser una fuente de consuelo y fortaleza ante el sufrimiento. La conexión con algo trascendente puede brindar esperanza y paz interior.

Sobre la Identidad de Epicteto:

  • Nombre: Epicteto (en griego Επίκτητος, Epíktētos, "adquirido")
  • Nacimiento: Nació en Hierápolis de Frigia (actual Turquía) alrededor del año 55 d.C.
  • Condición: Esclavo en Roma desde su infancia. Fue propiedad de Epafrodito, un liberto de Nerón.
  • Filosofía: Se convirtió en uno de los principales exponentes del estoicismo. Sus enseñanzas se centraban en la importancia de la virtud, la razón y el autocontrol para alcanzar la felicidad y la libertad interior, incluso en condiciones de esclavitud.
  • Legado: A pesar de su condición de esclavo, Epicteto alcanzó gran renombre como filósofo. Sus enseñanzas fueron recopiladas por su discípulo Flavio Arriano en el "Enquiridión" y los "Discursos", obras que siguen siendo relevantes en la actualidad.

Lo que me produce Epicteto:

La historia de Epicteto es un testimonio de la capacidad del espíritu humano para trascender las circunstancias adversas. A pesar de haber nacido esclavo, supo cultivar la sabiduría y la virtud, convirtiéndose en un referente filosófico que inspiró a personas de todas las condiciones sociales. Su legado nos recuerda que la verdadera libertad reside en el dominio de uno mismo y en la aceptación de lo que no podemos controlar.