Después de muchos meses sin vernos, volví a encontrarme con Fernando. La conversación fluyó con la naturalidad de quienes se conocen desde hace años, con café de por medio y el monte como telón de fondo, aún sin estar ahí. Hablamos de todo un poco, desde lo cotidiano hasta lo profundo: nuestras mascotas, los cambios familiares, y sobre todo, el futuro incierto y prometedor de mi finca cerca del Parque Nacional El Rey.
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Imagen por IA generativa Gemini |
Recordamos a perros que ya no están, como el “Cambá” de Fernando que se murió un día de calor sofocante, mientras corrían por el cerro. O el padre de “Cambá” de Roberto en la finca, que lo mató un camión en la ruta. Hoy nuestros perros actuales —Choco, con sus 11 años, y la Sacha de Fernando, aún más vieja— nos hacen pensar en el paso del tiempo. Mencioné que quiero conseguir un Setter para que haga compañía a Malko, y hablamos de los desafíos de tener perros de pelo largo en el monte, donde las garrapatas no perdonan. Nos reímos al recordar cómo, gracias a las pipetas, las vemos caer muertas.
La charla derivó hacia un tema más serio: la convivencia
difícil entre perros y fauna silvestre o ganado. Le conté que Malko y Choco se
han vuelto "muy malos" y los tengo que dejar atados en la galería de
la casa en Los Pozos. Recordé que los perros del “Rana” y el hecho trágico de
que el mismo “rana” los tuvo que ahorcar por matar terneros, y cómo ahora ata a
sus perros jóvenes por miedo a que repitan la historia. ¿Por qué atacan si no
les falta comida? Tal vez sea el instinto de caza en grupo. Tal vez sea algo
más.
Hablamos también de los atropellos de fauna en la ruta 5. Le
conté que casi piso una víbora, y él mencionó asociaciones que buscan
concientizar a los conductores. Ambos coincidimos en que muchas veces no hay
tiempo de reaccionar, y que la cantidad de animales muertos —gatos, zorros,
serpientes— es alarmante.
La conversación finalmente llegó a lo que más me ocupa estos
días: el futuro de la finca. Le conté a Fernando que, gracias a lo que ingreso
por alquileres, puedo viajar cuatro veces al mes, aunque el precio de la nafta
aprieta. Esa frecuencia me permite estar, disfrutar, cuidar. Pero la propiedad
está atravesada por tensiones familiares. Mi madre, por ejemplo, no quiere que
quede todo en mis manos. Teme que yo eche a quienes viven allí. Sin embargo, le
expliqué que mi interés no es en la casa principal ni en toda la propiedad,
sino en una unidad ecológica de 60 a 70 hectáreas en Los Pozos, desde la
represa hasta la loma. Quiero asegurarme de que esa parte no se venda si el resto
(más de 3000 hectáreas) se divide.
Mi madre entiende la lógica, pero prefiere que todo quede a
su nombre por ahora, con un acuerdo firmado que garantice la herencia. Mi
hermano, por su parte, no tiene una visión a largo plazo para la tierra. Yo sí.
Vivir en El Mollar no es lo mismo que vivir en Los
Pozos. Este último lugar, aunque más difícil de habitar hoy, es el corazón
de mi visión. Sueño con transformar esa unidad en un ejemplo de producción
regenerativa, con cabañitas, observación de aves y actividades de turismo de
naturaleza. A mi madre, esa idea la horroriza. Por eso por ahora proyecto desde
El Mollar, pero quiero asegurar Los Pozos.
No tengo capital inmediato para construir, pero estoy
convencido de que el valor está en el monte en pie, no en la madera cortada.
Planeo construir de a poco, con recursos locales y creando un flujo económico
basado en recibir visitantes. Y no solo turistas: estudiantes universitarios
también. No aportan dinero directamente, pero sí posicionamiento y relaciones.
Quiero firmar convenios con universidades como la UNSa, que puedan cubrir
nafta, comida, luz, internet. Sé que existen fondos de extensión o becas que
podrían hacerlo viable.
Cuando se hizo tarde, le dije a Fernando que tenía que irme
a Los Pozos antes de que me agarre el cansancio. Nos despedimos. Se llevó los
papeles impresos con el borrador del proyecto del Curso de Conservación.
Así terminamos una charla que no fue solo una puesta al día,
sino un espejo de todo lo que está en juego: la tierra, la memoria, los
vínculos familiares, los sueños posibles y el monte que, aún en silencio, pide
ser parte del futuro.