La rotonda giraba, absorbiendo el sol matinal de Salta. En mis oídos, "Dancing Queen" tejía una burbuja sonora a mi alrededor. Pensé, mientras la melodía me envolvía como una segunda piel, en esa capacidad de la música para adherirse al alma, para convertirse en un vestuario invisible que colorea el paisaje interior. Es curioso, me dije, cómo estas canciones actúan como anclas, fijando momentos en la memoria, permitiéndome revisitar emociones con solo una nota. Quizás, en este tiempo de reconfiguración interna, aferrarme a estas melodías familiares es una forma de encontrar continuidad, un contrapunto a la sensación de estar a la deriva.
El sonido del río Juramento, constante y profundo, se
filtraba por la ventanilla. Malko y Choco revoloteaban cerca, ajenos a mi
ensimismamiento junto al puente. Una punzada de preocupación por el rasguño de
Malko fue fugaz, eclipsada por la corriente de mis pensamientos. Diego, … su
figura, un faro masculino durante años, ahora desdibujándose. Su declive,
reflexioné, es un recordatorio palpable de la fragilidad de los modelos, de
cómo incluso las figuras más sólidas se desvanecen con el tiempo. La muerte de
mi padre, la de Ernesto… no solo pérdidas, sino también una liberación, un
espacio vacío donde mi propia masculinidad debe encontrar su forma, sin la
sombra de referentes inamovibles.
Recordé la bravuconería de los amigos de mi padre en aquella
jornada de pesca. La exhibición de una masculinidad tosca, ajena a mi
sensibilidad naciente. En ese entonces, pensé, mi deseo no encontraba
asidero en ese mundo de varones. Esa distancia temprana moldeó mi identidad
como un "otro". Hoy, quizás, ese "otro" encuentra más
resonancia en el mundo.
Descubrí la madrejada, ese brazo tranquilo del río que se
replegaba sobre sí mismo, creando un remanso bajo el puente. La filmé, atraído
por su quietud. Y mi mente, inevitablemente, derivó hacia los encuentros
recientes. Estos encuentros, me dije, en este tiempo de duelo, ¿no
son acaso como esta madrejada? Un espacio aparte, un remanso donde la necesidad
de contacto y placer busca su propio cauce.
M, volviendo después de años, depositando su deseo en mi
boca. Sentí una inversión de roles, analicé, una reafirmación de mi
propia capacidad de dar y recibir placer, una pequeña victoria en la
renegociación de mi identidad masculina. Luego Augusto, fugaz e intenso, su
boca devorándome en la cocina. La intensidad pura, pensé, una
conexión física sin las ataduras del pasado o el futuro, una afirmación de mi
atractivo y mi deseo. Y M, la juventud sin prejuicios, entregándose y
recibiéndome con la misma libertad. La edad, constaté, dejaba de ser
una barrera, abriendo nuevas posibilidades de conexión.
Estos encuentros, continué mi reflexión, son como
exploraciones en un nuevo territorio emocional. No busco permanencia, sino la
reafirmación de mi capacidad de desear y ser deseado, un contrapunto a la
sensación de pérdida.
Mañana llegarán mis "hijitos". La palabra resonó
en mi mente, cargada de un afecto particular. Con ellos, pensé, la
libido toma un cariz diferente. No es la exhibición cruda y separadora del
pasado, sino un lazo que une, que reconoce la igualdad en el deseo. En sus
jóvenes cuerpos, en su afecto, quizás encuentre una forma de trascendencia, un
legado afectivo que va más allá de la sangre.
El río seguía murmurando su canción ancestral. La madrejada,
ese remanso tranquilo, reflejaba el cielo. Este río interior, pensé, con
sus corrientes de duelo y sus pozos de deseo, está esculpiendo una nueva orilla
para mi masculinidad. Una orilla más fluida, más honesta con mis propias
necesidades y afectos, liberada de los modelos rígidos del pasado.
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