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Producida con IA, Gemini |
Hoy me siento especialmente vulnerable al encontrarme con Fran en este bar del shopping de Salta. La tensión homoerótica es innegable, una corriente subterránea que palpita bajo cada palabra, cada mirada. Él me espera en nuestra mesa habitual, con un café y unas medialunas, y con una sonrisa que intuyo sincera, aunque una parte de mí siempre desconfía, siempre teme estar idealizándolo.
"¿Cómo estás,
Miguel?", pregunta, y la simpleza de la pregunta me desarma. ¿Cómo estoy?
Atrapado, diría. Atrapado en este cuerpo que a veces siento ajeno, en esta
mente que analiza y teoriza sin cesar, en este deseo que me quema por dentro y
que me aterra expresar.
Comenzamos a hablar, y
pronto sale a relucir el tema recurrente: mi dificultad para conectar con
otros hombres. Le cuento, una vez más, sobre mi compulsión sexual, sobre
cómo Tinder y Grinder se han convertido en jaulas virtuales donde busco
desesperadamente una conexión que nunca llega. "Es como una droga",
le digo, "una droga que me deja vacío y solo". El bullicio del
shopping contrasta con la intimidad de nuestra conversación.
Fran asiente, con esa
mirada que parece leer mis pensamientos más ocultos. Me habla del "campo",
de cómo la relación entre nosotros se construye en cada encuentro, de cómo mi
propia falta de autenticidad impide que ese campo se complete. Me dice que
percibe un lado mío "en el pantano con llave", una parte instintiva y
corporal que mantengo reprimida por miedo y vergüenza.
Sus palabras me
golpean como un mazazo. Siento que me desnuda, que ve a través de todas mis
máscaras y defensas. "Me siento desnudo", le confieso, y él me
responde con una sonrisa tranquilizadora. "Es bueno que te sientas
así", me dice. "Significa que estamos creando un espacio de
autenticidad". El aroma a café recién hecho me reconforta un poco.
Hablamos también de la
masculinidad, de cómo el modelo tradicional nos impone ser fuertes,
exitosos y dominantes, reprimiendo nuestras emociones y negando nuestra
vulnerabilidad. Le cuento sobre mis estudios, sobre cómo he llegado a la
conclusión de que este modelo es tóxico y dañino, pero me confieso incapaz de
romper con él por completo. "Es como si tuviera el chip implantado",
le digo.
Fran me anima a
explorar nuevas formas de ser hombre, basadas en la empatía, el respeto
y la conexión genuina. Me invita a conectar con mi cuerpo, a sentir mis
emociones, a dejar de lado el análisis mental y a permitirme ser vulnerable. Me
propone actividades experienciales en la naturaleza, como una forma de
reconectar con mi lado más instintivo y salvaje. "Sal de tu cueva,
Miguel", me dice. "Despliega tu humanidad". Miro a través del
ventanal del bar y veo la gente pasar, cada uno inmerso en su propio mundo.
En un momento dado,
surge el tema de la posible inclusión de una mujer en el grupo de varones.
Siento un escalofrío recorrer mi cuerpo. La idea me genera ansiedad y temor.
Temo que la dinámica del grupo cambie, que mis compañeros me juzguen, que yo
quede al margen. Le confieso mis miedos a Fran, y él me escucha con paciencia y
comprensión.
Me recuerda que la
honestidad y la vulnerabilidad son fundamentales para construir relaciones
significativas. Me anima a expresar mis sentimientos dentro del grupo, a no
tener miedo de mostrarme tal como soy. "No te juzgues tan duramente,
Miguel", me dice. "Sé compasivo contigo mismo".
La conversación fluye,
y siento que algo se mueve dentro de mí. No sé exactamente qué es, pero es como
si una capa de hielo se estuviera derritiendo, permitiendo que la luz entre en
un espacio oscuro y olvidado. La tensión homoerótica sigue presente,
pero ya no me asusta tanto. Empiezo a verla como una posibilidad, como una
invitación a explorar un territorio desconocido y excitante.
Al final del
encuentro, me siento exhausto pero también renovado. Sé que el camino es largo
y difícil, pero también sé que no estoy solo. Tengo a Fran, con su mirada
penetrante y su sabiduría gestáltica, y tengo la certeza de que, juntos,
podemos desenterrar ese lado mío "en el pantano con llave" y
permitirle florecer en toda su autenticidad.
Salgo del bar con la
sensación de haber dado un pequeño paso hacia la libertad. Todavía me queda
mucho por explorar, mucho por sentir, mucho por descubrir. Pero hoy, por
primera vez en mucho tiempo, me siento un poco más cerca de mí mismo. El
sol de Salta brilla intensamente al salir del shopping.
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