domingo, abril 20, 2025

Carta de un Fernando (56) a Otro Fernando (16)

A veces, una fecha congelada en el tiempo, un puñado de palabras escritas en un diario, se convierte en un espejo que nos confronta con el eco lejano de quienes fuimos. El 19 de diciembre de 1984, el día de mi cumpleaños Nº 16 en la quietud del campo anteño, volqué en papel la turbulencia de mi universo interior.

Esas notas de fines del 84, leídas cuarenta años después, son mucho más que una simple anotación. Es el retrato crudo y conmovedor del joven brillante, sensible y emocionalmente a la deriva que era. Captura la encrucijada en la que me encontraba: atrapado entre el amor de una familia que, a pesar de todo, no terminaba de tender puentes hacia mi verdadera esencia, y la vital red de apoyo de mis amigos, quienes me ofrecían el refugio y la comprensión que no encontraba en casa.

En esas líneas palpita la euforia y el dolor de mi primer amor, vivido en la clandestinidad forzosa de una época sin códigos ni referentes para la identidad gay. Ese adolescente de dieciséis años  siente la presión asfixiante de un entorno social y familiar que lo empujaba a encajar en un molde que no era el suyo, un ideal de masculinidad rural que le resultaba ajeno e inalcanzable.

La "diferencia" que el joven Fernando intuía pero no podía nombrar ni codificar, lo "aplastaba", generando una profunda inestabilidad emocional cuya expresión más visible era una melancolía persistente, vivida en la soledad de sus pensamientos y de sus notas secretas.

"Carta de un Fernando a Otro" propone un viaje a través de esas décadas transcurridas. Es el diálogo que nunca tuvo lugar en aquel entonces, un puente tendido entre el hombre de 56 años que hoy soy, con la perspectiva que dan los años y las batallas ganadas, y aquel adolescente vulnerable y lleno de anhelos, perdido en un mundo que aún no estaba preparado para recibirlo. Es la conversación pendiente, la mirada retrospectiva que busca sanar, comprender y, quizás, ofrecer el abrazo que tanto se necesitaba en aquel cumpleaños en el monte lejano.

Fernando, 41 años.Laguna de Castellanos, Anta. 


"Querido Fernando de 1984,

Fernando 56 años, 
Corrales en Laguna de Castellanos

Aquí estoy, tu yo del futuro, leyendo tus palabras. Siento cada una de tus emociones en estas líneas: la soledad de ese cumpleaños en la finca, la euforia de la conexión con tus amigos, la agonía de la llamada de Carlos, la punzada de la incomprensión con papá, el alivio en la voz de mamá, y el orgullo (justificado) por ese 9.

Quiero que sepas que el dolor y la confusión que sientes por tu 'diferencia' no son para siempre. Esa parte de ti que hoy te aplasta se convertirá, con los años, en una fuente de increíble fortaleza, autenticidad y conexión con otros. Los 'códigos culturales' que hoy no existen, empezarán a construirse, lentamente, con mucho esfuerzo, pero sucederá. Y tú serás parte de esa construcción.

El primer amor duele con una intensidad brutal, y más aún cuando sientes que debes esconderlo. La herida con Carlos pasará, y aunque cada desamor deja una marca, también te enseña sobre el amor y sobre ti mismo. Habrá otros amores, Fernando, y encontrarás la dicha que tanto anhelas, una dicha que podrás vivir con más libertad de la que puedes imaginar ahora.

Tus amigos son oro puro. Aférrate a ellos. Son la familia que eliges y el espejo que te muestra lo valioso y querible que eres. Sigue buscando esos espacios donde puedes 'hablar libremente'. Son vitales para tu supervivencia y tu crecimiento.

Lo de papá duele, lo sé. Y seguirá doliendo a veces. Él te ama, a su manera, desde sus propios miedos y su propia historia, que no tiene las herramientas para entenderte completamente. No eres vago, Fernando. Eres brillante y trabajador, solo que tus talentos y tu forma de ser no encajan en el molde que él conoce. No tienes que ser quien él quiere que seas para valer. Tu valor es intrínseco, y lo demuestras de tantas maneras (¡ese 9!). Esa angustia por agradarle es comprensible, pero con el tiempo aprenderás a soltarla un poco, a aceptarte tú primero, independientemente de su aprobación. Y quizás, solo quizás, la conversación pendiente algún día sea posible.

Sigue estudiando psicología. Es el camino correcto. Tu capacidad de introspección, tu sensibilidad y tu deseo de entender la mente humana (la tuya y la de otros) son tus mayores herramientas. Y sigue enfrentando tus miedos; tienes razón, a veces ni siquiera sabemos que tememos, pero esa fuerza para presentarte al examen aunque creías no estar listo es la misma fuerza que te sacará adelante en los desafíos futuros.

Esta etapa es dura, Fernando, muy dura. Pero eres increíblemente fuerte, más de lo que piensas. El deseo de ser autónomo, de viajar solo, de explorar... es tu espíritu que te guía hacia tu verdadero yo. Confía en ese instinto. Lo mejor está por venir, aunque hoy no lo veas claro. Habrá momentos de alegría inmensa, de amor pleno, de aceptación, de pertenencia. Aguanta. Eres amado, eres valioso, y encontrarás tu lugar en el mundo. Estoy increíblemente orgulloso del adolescente sensible, inteligente y valiente que eras.

Un abrazo inmenso desde el futuro."

Mensaje de Fernando (16) a Fernando (56):

"Fernando (si es que así te llamas ahora),

¿En serio eres yo? ¿56 años? Parece una eternidad. Leo tu carta y me da un poco de vértigo. ¿Todavía te acuerdas de esto? 

Fernando 16 años, casa de
Los Pozos, Anta.
 

Estoy en 'Los Pozos', hoy fue mi cumpleaños y fue horrible. Extraño tanto a mis amigos, la ciudad, poder ser yo sin sentir que estoy haciendo algo mal. ¿Sigo siendo tan raro? ¿Esa 'diferencia' que me aplasta, que no sé qué es, ¿desaparece alguna vez? ¿O al menos deja de doler tanto?

¿Qué pasó con Carlos? ¿Pudimos hablar? ¿Terminó todo como creo? Me duele horrores haberlo herido, pero me duele más pensar que no quiere conocerme. ¿Llego a conocer el amor, el amor de verdad, ese que no tengo que esconder o que me hace sentir que estoy fallando?

¿Estudié psicología al final? ¿Sirvió de algo ese 9? ¿Aprendí a enfrentarme a esos miedos que ni siquiera sé que tengo? ¿O sigo siendo el mismo miedoso por dentro?

¿Y papá? ¿Pude hablar con él alguna vez? ¿Entendió? ¿O yo lo entendí a él? ¿Sigue pensando que no valgo si no soy como él quiere? ¿Dejé de sentir que tengo que demostrar que no soy vago o cómodo? Mamá es un sol, ¿sigue siendo así?

¿Encontré mi lugar? ¿Puedo 'hablar libremente' en mi vida diaria o sigo necesitando escondites como Salta? ¿Esta melancolía que siento ahora, este nudo en el pecho, ¿se va alguna vez?

Quiero creer que sí, que no siempre voy a sentirme así de perdido y angustiado. ¿Valió la pena todo esto? ¿Soy feliz, Fernando? ¿Soy quien quería ser, aunque no sabía quién era del todo? Dime que sí, por favor.

Desde este cumpleaños aburrido, con la cabeza llena de preguntas y miedos."


La Pantalla Oscura del Deseo y la Luz Fugaz de la Conexión



Cuento corto



El sábado por la noche, la sala de cine olía a pochoclos rancio y expectativas húmedas. No iba por la última superproducción; mi carne pedía otra clase de espectáculo, uno más íntimo y visceral. Tenía ese hormigueo familiar, la necesidad de sentir labios ajenos recorriendo mi piel, de entregarme y recibir placer sin más preámbulos. La fantasía era clara: penes duros, bocas ávidas, un encuentro fugaz que aliviara la tensión acumulada.

Y el cine, en su penumbra cómplice, no defraudó. Primero fue el changuito, una aparición fugaz en la oscuridad entre butacas. Su juventud vibraba en la manera en que sus manos me encontraron, en la torpeza dulce de sus besos. Su miembro, tal como lo había imaginado, era una promesa firme. Luego, en un rincón más apartado, el fisicoculturista, un monumento de músculos tensos que contrastaba con la suavidad inesperada de su boca. Me perdí en la textura de sus pectorales bajo mis dedos, en la firmeza de sus muslos mientras ambos nos entregábamos al frenesí.

Hubo un momento, un instante de extraña camaradería, cuando un tercer hombre se unió a nuestro juego. Un tipo "tan tipo", como pensé, con una barba incipiente y manos rudas que sin embargo se movían con una delicadeza sorprendente. Sentir su boca en mí, y luego ofrecerle mi propio néctar, despertó una sensación inusual, una especie de masculinidad recién descubierta, liberada de las cadenas del pudor.

En la maraña de cuerpos y jadeos, también fui testigo de pequeñas comedias humanas: el que aparentaba ser el macho alfa terminando sumiso, buscando el placer en la boca ajena; el insistente admirador que me llamaba desde lejos, terminando por encontrar consuelo en los labios de otro. Era un microcosmos de deseos cruzados, de búsquedas silenciosas en la oscuridad. Y en medio de todo ese torbellino, sentí una distensión física, una liberación momentánea de la tensión.

Pero al salir a la fría noche salteña, mientras caminaba hacia el bar con la promesa de una última copa, una pregunta comenzó a roer en mi interior: ¿era solo eso lo que buscaba? ¿Una descarga física, un instante de placer sin rostro? La imagen de una pareja idealizada comenzó a tomar forma en mi mente: un hombre que me deseara y al que yo deseara, un vínculo donde dar y recibir fueran actos de amor y cuidado mutuo, no solo una transacción de cuerpos en la oscuridad. La angustia de sentirme siempre al margen, de no encajar en los roles impuestos por mi propia comunidad, regresó con fuerza.

"Nunca me pasó una relación así," me dije, la frase resonando como un lamento en el silencio de la noche. Siempre la preocupación por el rol, por ser el activo o el pasivo, una búsqueda constante que solo me dejaba un vacío persistente.

Sin embargo, algo había cambiado. Las palabras de Frank sobre autorizarme a sentir, el eco de Panza animándome a la autenticidad, y el último mensaje de David, instándome a no postergarme, a hacer algo cada día, comenzaban a germinar en mí. Por primera vez, podía narrar mi erotismo sin vergüenza, sin la autocensura que me había acompañado durante años. Podía evocar ese mundo denso y complejo que había habitado en secreto desde 2008.

Quizás, pensaba mientras pedía un trago en la barra solitaria, esta noche en el cine no había sido solo una búsqueda de placer efímero. Tal vez, en medio de los encuentros fugaces y los deseos explícitos, se había encendido una pequeña luz, la tenue promesa de un camino desconocido, un camino donde la exploración del deseo podría ser el preludio a la búsqueda de un afecto genuino, un amor que finalmente desanudara la angustia que había sido mi compañera silenciosa durante tanto tiempo. La pantalla oscura del deseo había iluminado, aunque sea por un instante, el anhelo profundo de una conexión verdadera.

viernes, abril 18, 2025

El Peso de los Códigos

Cuento corto

Imagen: IA Gemini

La noche había caído sobre la ciudad con esa lentitud opresiva de los días de invierno. Lautaro miraba su teléfono, la luz azulada iluminando su rostro cansado. El mensaje de Federico seguía ahí, clavado en la pantalla como un reproche silencioso: "Tu comentario no aporta, Lau. Solo genera un espacio gris".

Él había querido ser irónico, jugar con las palabras como siempre hacía para protegerse. Pero una vez más, su humor se había tropezado con la realidad, y ahora el malestar se expandía entre ellos como una mancha de tinta.

"No era mi intención, Fede", escribió, sintiendo cómo las teclas del celular se hundían bajo sus dedos. "Es solo… a veces siento que hablo en otro idioma. Que nadie entiende lo que digo, o peor, que no quieren entenderlo".



Federico tardó en responder. Lautaro imaginó su figura alta y serena, de pie en algún lugar entre la cocina y el living, reflexionando con esa calma que tanto lo exasperaba. Cuando al fin llegó la respuesta, era suave pero firme: "Lo sé, Lau. Pero no se trata de que te entiendan, sino de que te escuches a vos mismo. ¿Qué querés decir en realidad?".

Lautaro apretó los puños. Era fácil para Federico hablar desde su certeza, desde su lugar en el mundo. Él, en cambio, llevaba años navegando entre identidades prestadas: el hijo que no era, el gay que no encajaba ni siquiera entre los suyos, el hombre que seguía buscando un lugar donde no tener que explicarse.

"Quiero dejar de sentirme invisible", escribió, y esta vez las palabras le ardieron en la garganta. "Quiero que me miren sin que tengan que recordar primero qué soy. Sin que mi voz suene como un ruido fuera de lugar".

El silencio que siguió fue largo. Lautaro cerró los ojos, recordando las veces que había intentado moldearse para ser aceptado, las veces que había fingido no ver las miradas incómodas, los chistes disfrazados de preguntas.

Finalmente, Federico respondió: "No podés controlar cómo te miran, Lau. Solo podés elegir cómo estar frente a eso".

Era verdad. Y también era insuficiente.

Afuera, la ciudad seguía su ritmo indiferente. Lautaro se preguntó cuántos como él estarían en ese mismo instante, tratando de descifrar el código secreto para ser queridos sin condiciones.

"Voy a intentarlo, Fede", escribió, aunque no estaba seguro de qué significaba eso. Tal vez solo significaba seguir adelante, un paso a la vez, cargando el peso de su autenticidad como un farol en la oscuridad.

Federico le envió un último mensaje: "Estoy acá, hermano. No estás solo".

Y por primera vez en mucho tiempo, Lautaro permitió que esas palabras lo atravesaran sin resistencia.

jueves, abril 17, 2025

Yo náufrago voluntario: bitácora de mi escritura íntima como trinchera contra los mandatos del mundo

Entre la resistencia narrativa y la construcción de espacios propios

Imagen: IA Gemini
Mi escritura como refugio constituye el tema central de mi diario personal, es como un espacio de descolonización íntima y resistencia narrativa. En sus páginas, no me limito a registrar eventos cotidianos, sino que establezco un laboratorio introspectivo donde disecciono mi identidad en un contexto de crisis. A través de una escritura que transita entre la confesión y la crítica, mi diario se erige como un mapa de mi subjetividad en conflicto como intelectual gay en la Salta contemporánea, navegando entre las imposiciones de mandatos patriarcales, la instrumentalización de la espiritualidad y mi apremiante necesidad de forjar espacios propios. Este ejercicio mío de escritura se revela como un acto de resistencia frente a diversas formas de exclusión —sexual, política y familiar— y como un ritual transformador que convierte el dolor en una potencia creadora.

Me posiciono como un observador incómodo, un sujeto que habita los márgenes de los sistemas que cuestiono. Mi perspectiva abarca tres exclusiones fundamentales. 1.- La sexual, donde mi homosexualidad me convierte en un "bicho raro" incluso en entornos aparentemente inclusivos, evidenciando una negación de mi necesidad de empatía radical. 2.- La política, donde mi postura socialista en un consejo dominado por la derecha salteña me lleva a criticar una planificación abstracta que ignora las demandas sociales, revelando un desencanto con el tecnocratismo y 3.- la familiar, donde la pérdida de mi padre y de Leonardi, su amigo, expone mi rol de hijo no patriarcal, excluido de la camarilla masculina pero paradójicamente liberado por mi diferencia. Esta triple marginalidad me sitúa como un intelectual orgánico en crisis, cuyo compromiso primordial reside en la autenticidad más que en la adhesión a ideologías preestablecidas.

Mi diario se convierte en un testimonio de búsquedas truncas pero fértiles, marcadas por la tensión entre la autenticidad y la pertenencia. Frente a las performances vacías de otros, construyo refugios mínimos en espacios cotidianos, mis actos políticos que resisten la homogeneización. Mi intento de integrarme en grupos como Willkanina o el colectivo LGBT de la iglesia revela una paradoja: la pertenencia a menudo exige renunciar a la propia singularidad. Mi decisión de permanecer en estos espacios por un tiempo limitado no denota pasividad, sino mi duelo por una comunidad idealizada. Asimismo, mi sexualidad se manifiesta tanto como una vulnerabilidad como una herramienta de conexión, y mi propuesta de talleres en colegios, donde busco monetizar mi activismo, fusiona lo erótico y lo político, desafiando el tabú de la comercialización del activismo.

El clima emotivo que impregna mi diario se nutre de una melancolía activa, que en mi propia escritura veo simbolizada por las hojas amarillas de Villaflora, una nostalgia que me inspira en lugar de paralizarme. Mi ironía defensiva se manifiesta en mis frases que desmontan hipocresías, revelando un humor ácido como mecanismo de protección. Mi angustia, lejos de ser paralizante, se convierte en un motor productivo, impulsando la acción y la reflexión a través de la escritura. Este clima emocional no se me presenta como patológico, sino como un combustible esencial para la creación literaria.

Mi diario es mi territorio liberado, donde llevo a cabo una descolonización íntima al desmantelar mandatos opresivos y construir redes alternativas. Su estructura fragmentaria refleja la complejidad de mi identidad múltiple y consciente. La muerte de las figuras patriarcales, la de mi padre y la de su amigo Ernesto, las interpreto como una metáfora de mi propia renuncia a ser un "hijo legítimo" de cualquier sistema preestablecido. En su lugar, elijo ser autor y arquitecto de un espacio propio, donde mi escritura trasciende la mera documentación para convertirse en una fuerza creadora de realidad. Cada entrada en mi diario es un acto de resistencia, un intento de nombrar el mundo antes de que este me borre. Me recuerdo cada día que toda resistencia conlleva un duelo, y que la escritura en presente continuo es mi mejor estrategia para evitar la desaparición.