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Imagen: IA Gemini |
Me posiciono como un
observador incómodo, un sujeto que habita los márgenes de los sistemas que
cuestiono. Mi perspectiva abarca tres exclusiones fundamentales. 1.- La sexual,
donde mi homosexualidad me convierte en un "bicho raro" incluso en
entornos aparentemente inclusivos, evidenciando una negación de mi necesidad de
empatía radical. 2.- La política, donde mi postura socialista en un consejo
dominado por la derecha salteña me lleva a criticar una planificación abstracta
que ignora las demandas sociales, revelando un desencanto con el tecnocratismo
y 3.- la familiar, donde la pérdida de mi padre y de Leonardi, su amigo, expone
mi rol de hijo no patriarcal, excluido de la camarilla masculina pero
paradójicamente liberado por mi diferencia. Esta triple marginalidad me sitúa
como un intelectual orgánico en crisis, cuyo compromiso primordial reside en la
autenticidad más que en la adhesión a ideologías preestablecidas.
Mi diario se convierte
en un testimonio de búsquedas truncas pero fértiles, marcadas por la tensión
entre la autenticidad y la pertenencia. Frente a las performances vacías de
otros, construyo refugios mínimos en espacios cotidianos, mis actos políticos
que resisten la homogeneización. Mi intento de integrarme en grupos como
Willkanina o el colectivo LGBT de la iglesia revela una paradoja: la
pertenencia a menudo exige renunciar a la propia singularidad. Mi decisión de
permanecer en estos espacios por un tiempo limitado no denota pasividad, sino mi
duelo por una comunidad idealizada. Asimismo, mi sexualidad se manifiesta tanto
como una vulnerabilidad como una herramienta de conexión, y mi propuesta de
talleres en colegios, donde busco monetizar mi activismo, fusiona lo erótico y
lo político, desafiando el tabú de la comercialización del activismo.
El clima emotivo que
impregna mi diario se nutre de una melancolía activa, que en mi propia
escritura veo simbolizada por las hojas amarillas de Villaflora, una nostalgia
que me inspira en lugar de paralizarme. Mi ironía defensiva se manifiesta en mis
frases que desmontan hipocresías, revelando un humor ácido como mecanismo de
protección. Mi angustia, lejos de ser paralizante, se convierte en un motor
productivo, impulsando la acción y la reflexión a través de la escritura. Este
clima emocional no se me presenta como patológico, sino como un combustible
esencial para la creación literaria.
Mi diario es mi territorio
liberado, donde llevo a cabo una descolonización íntima al desmantelar mandatos
opresivos y construir redes alternativas. Su estructura fragmentaria refleja la
complejidad de mi identidad múltiple y consciente. La muerte de las figuras
patriarcales, la de mi padre y la de su amigo Ernesto, las interpreto como una
metáfora de mi propia renuncia a ser un "hijo legítimo" de cualquier
sistema preestablecido. En su lugar, elijo ser autor y arquitecto de un espacio
propio, donde mi escritura trasciende la mera documentación para convertirse en
una fuerza creadora de realidad. Cada entrada en mi diario es un acto de
resistencia, un intento de nombrar el mundo antes de que este me borre. Me recuerdo
cada día que toda resistencia conlleva un duelo, y que la escritura en presente
continuo es mi mejor estrategia para evitar la desaparición.
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