domingo, abril 20, 2025

La Pantalla Oscura del Deseo y la Luz Fugaz de la Conexión



Cuento corto



El sábado por la noche, la sala de cine olía a pochoclos rancio y expectativas húmedas. No iba por la última superproducción; mi carne pedía otra clase de espectáculo, uno más íntimo y visceral. Tenía ese hormigueo familiar, la necesidad de sentir labios ajenos recorriendo mi piel, de entregarme y recibir placer sin más preámbulos. La fantasía era clara: penes duros, bocas ávidas, un encuentro fugaz que aliviara la tensión acumulada.

Y el cine, en su penumbra cómplice, no defraudó. Primero fue el changuito, una aparición fugaz en la oscuridad entre butacas. Su juventud vibraba en la manera en que sus manos me encontraron, en la torpeza dulce de sus besos. Su miembro, tal como lo había imaginado, era una promesa firme. Luego, en un rincón más apartado, el fisicoculturista, un monumento de músculos tensos que contrastaba con la suavidad inesperada de su boca. Me perdí en la textura de sus pectorales bajo mis dedos, en la firmeza de sus muslos mientras ambos nos entregábamos al frenesí.

Hubo un momento, un instante de extraña camaradería, cuando un tercer hombre se unió a nuestro juego. Un tipo "tan tipo", como pensé, con una barba incipiente y manos rudas que sin embargo se movían con una delicadeza sorprendente. Sentir su boca en mí, y luego ofrecerle mi propio néctar, despertó una sensación inusual, una especie de masculinidad recién descubierta, liberada de las cadenas del pudor.

En la maraña de cuerpos y jadeos, también fui testigo de pequeñas comedias humanas: el que aparentaba ser el macho alfa terminando sumiso, buscando el placer en la boca ajena; el insistente admirador que me llamaba desde lejos, terminando por encontrar consuelo en los labios de otro. Era un microcosmos de deseos cruzados, de búsquedas silenciosas en la oscuridad. Y en medio de todo ese torbellino, sentí una distensión física, una liberación momentánea de la tensión.

Pero al salir a la fría noche salteña, mientras caminaba hacia el bar con la promesa de una última copa, una pregunta comenzó a roer en mi interior: ¿era solo eso lo que buscaba? ¿Una descarga física, un instante de placer sin rostro? La imagen de una pareja idealizada comenzó a tomar forma en mi mente: un hombre que me deseara y al que yo deseara, un vínculo donde dar y recibir fueran actos de amor y cuidado mutuo, no solo una transacción de cuerpos en la oscuridad. La angustia de sentirme siempre al margen, de no encajar en los roles impuestos por mi propia comunidad, regresó con fuerza.

"Nunca me pasó una relación así," me dije, la frase resonando como un lamento en el silencio de la noche. Siempre la preocupación por el rol, por ser el activo o el pasivo, una búsqueda constante que solo me dejaba un vacío persistente.

Sin embargo, algo había cambiado. Las palabras de Frank sobre autorizarme a sentir, el eco de Panza animándome a la autenticidad, y el último mensaje de David, instándome a no postergarme, a hacer algo cada día, comenzaban a germinar en mí. Por primera vez, podía narrar mi erotismo sin vergüenza, sin la autocensura que me había acompañado durante años. Podía evocar ese mundo denso y complejo que había habitado en secreto desde 2008.

Quizás, pensaba mientras pedía un trago en la barra solitaria, esta noche en el cine no había sido solo una búsqueda de placer efímero. Tal vez, en medio de los encuentros fugaces y los deseos explícitos, se había encendido una pequeña luz, la tenue promesa de un camino desconocido, un camino donde la exploración del deseo podría ser el preludio a la búsqueda de un afecto genuino, un amor que finalmente desanudara la angustia que había sido mi compañera silenciosa durante tanto tiempo. La pantalla oscura del deseo había iluminado, aunque sea por un instante, el anhelo profundo de una conexión verdadera.

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