La conversación entre Virgi y Fernando, que se despliega en un intercambio de mensajes bajo la inmensidad de un cielo estrellado y la lejanía de la ciudad, teje un tapiz de recuerdos compartidos. Desde las fincas de su infancia, donde la naturaleza imponía su ritmo y sus lecciones, ambos evocan con nostalgia y, a veces, con un toque de humor, las vivencias que los forjaron. A pesar de las diferencias socioeconómicas que Virgi señala con una agudeza jocosa, sus infancias en el campo, rodeados de animales y labores rurales, revelan similitudes sorprendentes y un profundo impacto en quienes son hoy.
Su diálogo es una poderosa reflexión sobre la infancia, la memoria y la forma en que las experiencias tempranas moldean la identidad. Es un recordatorio de cómo el campo, con su rudeza y su belleza, puede ser un crisol para el crecimiento personal y cómo, incluso en la más remota de las ubicaciones, las semillas de la diversidad pueden germinar y florecer. La conversación entre Virgi y Fernando, tan íntima como reveladora, nos invita a mirar hacia atrás, a nuestras propias infancias, y a reconocer los ecos que aún resuenan en nuestras vidas actuales.
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El Suchal, antigua casa de Virgi en su infancia. |
La transformación de Virgi.
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El río Castellanos |
A medida que crecieron, ambos experimentaron un punto de inflexión. Virgi, alrededor de los diez u once años, dejó de querer el campo, los caballos y las tareas al aire libre para abrazar la vida hogareña. Su abuela, quien la llamaba "el gordo", la cuidaba y encontraba en ella una ayuda invaluable para las labores domésticas. El apoyo de su abuela la sostuvo. De manera similar, Fernando recuerda haber dejado de ir a pescar con su padre a esa misma edad, devolviendo los peces al río en un acto de incipiente conciencia. Esta evolución, como bien señala Fernando, es un testimonio de "cómo vamos cambiando, ¿no, Virg? Qué bárbaro. Cómo va como aflorando nuestra diversidad".
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Virgi con su abuelo, Ramón Caldez. |
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