miércoles, mayo 28, 2025

La Noche junto al fuego y el Reencuentro con el Ser

 Cuento corto. Por Fernando Pequeño


La pantalla del teléfono de Virgi irradiaba un tenue resplandor en la penumbra de su apartamento porteño, mientras a miles de kilómetros, Fernando, envuelto en el abrazo gélido de una noche estrellada en Los Pozos, observaba las chispas que danzaban en la fogata. Un hilo invisible de recuerdos los unía, tensado por la distancia y el tiempo. "Tenían granada, pomelo, naranja, limón, lima y estaba cerquita del arroyo," escribió Virgi, y la imagen de esa huerta, fértil y generosa, se desplegó en la mente de Fernando.

"Yo sacaba leche a las vacas, veía carnear… de ahí me quedó un trauma," respondió Fernando, su voz escrita cargada de una honestidad cruda. La infancia, para ambos, había sido un crisol de experiencias disímiles y a la vez extrañamente convergentes. Virgi, la "cenicienta" de la cocina, se definía por sus habilidades culinarias aprendidas de su abuela, pero también por sus aversiones viscerales: la chanfaina, la polenta dura, las empanadas con pasas. En cada rechazo, en cada "guácala," se gestaba una identidad que se negaba a lo preestablecido. Fernando, por su parte, recordaba las tunas, las manos "enjanadas" y la crudeza de la vida rural, un entorno que lo obligó a confrontar la vida y la muerte desde temprano.

Pero fue en el dolor compartido donde sus memorias se entrelazaron de forma más profunda. Virgi, con la candidez de una niña, lloraba por las vaquitas que conocía por su nombre, las "Carita pintadita" o "Rosadita," destinadas a ser carneadas para alimentar a la familia. Su trauma, su "maricona" reacción, como ella misma la llamaba, resonó en Fernando. "También sufría igual que vos. Nos interceptamos en las cosas que nos producían dolor también," le confesó, conmovido. Esa empatía revelaba la fragilidad que, sin saberlo, los unía desde siempre. Era un reconocimiento de que, a pesar de las apariencias, sus corazones de niños habían latido con la misma sensibilidad.

El diálogo, sin embargo, trascendió la mera evocación para adentrarse en la reconstrucción de sus identidades. Virgi, con la audacia que la caracteriza, le pidió a Fernando: "no me digas chiquitito, dime chiquitite. Ven, te estás metiendo con mi masculinidad dentro de mi mujer transante." En ese instante, la pantalla se iluminó con la valentía de una mujer que se nombra, que se apropia de su ser. Su identidad trans no era una adición reciente, sino una verdad que su abuela Juana, con su amor incondicional, ya había intuido y fomentado. "Ella me hizo trans," afirmó Virgi, recordando cómo su abuela la alentaba a las labores del hogar, a ser "el gordo" de la casa, diferente a sus primos varones. Esa aceptación temprana fue el caldo de cultivo para la libertad de ser quien es.

Fernando, por su parte, se reconoció en esa misma senda de descubrimiento. "Cómo vamos cambiando, ¿no, Virg? Qué bárbaro. Cómo va como aflorando nuestra diversidad." Su propia identidad gay, aunque no explícitamente mencionada en su desarrollo en el diálogo, se vislumbraba en el eco de ese "afloramiento." La anécdota de dejar de pescar con su padre, de devolver los peces al río, era un símbolo de una sensibilidad que buscaba un camino propio, diferente a las expectativas impuestas por el mundo rural y la masculinidad tradicional. En esa sutil rebeldía, se revelaba una parte de su ser que buscaba expresión.

La distancia física se disolvía a medida que sus palabras construían puentes. La huertita, las vizcachas, el río Castellanos con su doble faz —temible y deleitable—, las costumbres de sus abuelas, las diferencias de clase social que Virgi señalaba con picardía ("Nosotros éramos pobres y tú eras clase media"), todo contribuía a moldear un pasado compartido. La coincidencia de que los padres de ambos se conocieran, que el abuelo de Virgi hablara de "Pequeño" Ragone, el padre de Fernando, en las marcadas de ganado, añadió una capa de destino a su amistad. Sus raíces, profundamente clavadas en esa tierra, los habían traído de vuelta el uno al otro, permitiéndoles honrar sus historias y las identidades que habían cultivado en el camino.

Mientras Virgi apagaba la luz y Fernando observaba las últimas brasas de la fogata, la conversación había hecho algo más que revivir recuerdos. Había reafirmado quienes eran, individual y colectivamente. En la noche, bajo el manto de las luciérnagas y las estrellas, dos almas se habían reencontrado, reconstruyendo su memoria y celebrando las identidades que el campo, con su rudeza y su ternura, les había ayudado a forjar.

Ecos del Campo: Un Viaje a la Infancia y la Diversidad que Florece



La conversación entre Virgi y Fernando, que se despliega en un intercambio de mensajes bajo la inmensidad de un cielo estrellado y la lejanía de la ciudad, teje un tapiz de recuerdos compartidos. Desde las fincas de su infancia, donde la naturaleza imponía su ritmo y sus lecciones, ambos evocan con nostalgia y, a veces, con un toque de humor, las vivencias que los forjaron. A pesar de las diferencias socioeconómicas que Virgi señala con una agudeza jocosa, sus infancias en el campo, rodeados de animales y labores rurales, revelan similitudes sorprendentes y un profundo impacto en quienes son hoy.


Su diálogo es una poderosa reflexión sobre la infancia, la memoria y la forma en que las experiencias tempranas moldean la identidad. Es un recordatorio de cómo el campo, con su rudeza y su belleza, puede ser un crisol para el crecimiento personal y cómo, incluso en la más remota de las ubicaciones, las semillas de la diversidad pueden germinar y florecer. La conversación entre Virgi y Fernando, tan íntima como reveladora, nos invita a mirar hacia atrás, a nuestras propias infancias, y a reconocer los ecos que aún resuenan en nuestras vidas actuales.



El Suchal,
antigua casa de Virgi en su infancia.
La vida en el campo no era ajena a las tareas y responsabilidades. Fernando, un "chiquitito" que ordeñaba vacas, lidiaba con caballos y presenciaba la crudeza de la faena, contrasta sus labores con las de Virgi, una cocinera innata que aprendió el arte culinario de su abuela. Las descripciones vívidas de Virgi sobre las comidas que no le gustaban —la chanfaina con sangre cruda, la polenta dura y fría, las empanadas con pasas o "bazuca"— pintan un cuadro auténtico de las costumbres gastronómicas y, a la vez, de su propia personalidad que se rehusaba a aceptar todo sin cuestionar. Este espíritu independiente, que ya se vislumbraba en su infancia, se hace evidente cuando recuerda cómo corregía a su abuela Juana por su peculiar léxico, desafiando las normas establecidas con una mezcla de irreverencia y cariño.

           La transformación de Virgi. 

El río Castellanos
Pero más allá de las tareas y la comida, la infancia en el campo trajo consigo encuentros memorables con la naturaleza. Las tunas, con sus espinas y el doloroso "enjanamiento", son un recuerdo vívido y compartido. Ambos rememoran el miedo a las víboras, un peligro latente en ese entorno silvestre, que Virgi experimentó de primera mano con encuentros que la marcaron. Sin embargo, también había momentos de pura conexión, como la fascinación de Virgi por el río Castellanos, al que inicialmente temía por su bravura cuando crecía, pero en cuyas aguas encontraba un deleite casi místico, bebiéndolas y abriendo los ojos bajo la superficie como si buceara en otro mundo. Su abuela, sorprendida por su "mucha sed", se convirtió en cómplice de estas travesuras acuáticas. La disparidad en la percepción del agua de lluvia, considerada pura por la familia de Fernando y útil solo para regar por la de Virgi, resalta las sutiles diferencias culturales dentro de una misma geografía.

A medida que crecieron, ambos experimentaron un punto de inflexión. Virgi, alrededor de los diez u once años, dejó de querer el campo, los caballos y las tareas al aire libre para abrazar la vida hogareña. Su abuela, quien la llamaba "el gordo", la alentaba en esta inclinación, encontrando en ella una ayuda invaluable para las labores domésticas. Este cambio, como Virgi reflexiona con una pizca de autoconciencia y ternura hacia su abuela, fue un paso hacia la construcción de su identidad trans: "Ella me hizo trans". De manera similar, Fernando recuerda haber dejado de ir a pescar con su padre a esa misma edad, devolviendo los peces al río en un acto de incipiente conciencia. Esta evolución, como bien señala Fernando, es un testimonio de "cómo vamos cambiando, ¿no, Virg? Qué bárbaro. Cómo va como aflorando nuestra diversidad".


Virgi con su abuelo, 
Ramón Caldez. 
La conversación también revela la profunda conexión de Virgi con su abuela Juana Farfán, una figura central que la aceptó incondicionalmente, incluso con sus labios pintados con "bucles" de algarroba o su fascinación por barrer y cocinar. Esta aceptación contrastaba con la homofobia de su madre, un "martirio" que Virgi rememora con dolor. Los encuentros casuales y las coincidencias de la vida, como la historia del padre de Fernando y el "Alemán" de quien hablaban en la finca de Virgi, sirven para unir aún más sus historias, mostrando cómo sus caminos estaban entrelazados mucho antes de que se conocieran.


Raices de la tierra: el campo que nos forjó

 En la quietud de la noche, con la ciudad de Buenos Aires como telón de fondo para Virgi y el cielo estrellado de Los Pozos para Fernando, dos amigos entablan un diálogo íntimo por WhatsApp. Mientras una fogata crepita en la lejanía y el frío otoño abraza la casa de campo de Fernando, sus palabras transportan a los lectores a las fincas de su infancia. Este intercambio, cargado de nostalgia y humor, desvela recuerdos compartidos de trabajos rurales, sabores de la niñez y encuentros con una naturaleza que marcó sus vidas. Más allá de las anécdotas, la conversación teje un relato sobre cómo esas experiencias tempranas moldearon sus identidades, revelando la diversidad y la evolución personal que floreció en cada uno de ellos.


  • Virgi: Tenían granada, tenían lo que te dije, pomelo, naranja, limón, lima y estaba cerquita del arroyo para traer el agua y regarlo ahí no más. Por eso estaba ahí alejado, digamos.
  • Fer: Te estaba escuchando, pero cuando yo era chiquitito, igual que vos, eh, yo sacaba leche a las vacas, veía carnear, de ahí me quedó un trauma. Hacía todas las cosas, iba a agarrar los caballos en el potrero, les daba de comer, los bañaba, hacía todas esas cositas.
  • Fer: Así que nuestras infancias han sido bastante parecidas.
  • Fer: Ojalá que salga algo. Hay que buscar, buscar, buscar. (En relación a la búsqueda de trabajo por parte de Virgi)
  • Fuego en 
    Los Pozos
    Virgi
    : hiciste más tareas que yo y yo cocinaba con mi abuelita al lado y yo sé cocinar bien. Lo digo bien porque es así porque muchas personas no me tienen fe y después y bueno, ese arte de la cocina lo aprendí de mi viejita, pero no me gusta todo su plato. Por ejemplo, la chanfaina, eh, ¿qué más hacía? La polenta dura, porque ella la hacía dura y fría y la salsa era caliente; tampoco. La empanada, tengo la práctica y todo su mecanismo, pero no me gusta ni con pasa de uvas, por ejemplo, y masa que le agregaba bazuca, mucho menos. La mamuana traviesa en la cocina. ¿Qué es lo que no me gusta? Ah, la polenta con leche. Guácala. El zapallo con leche tampoco será como que me cansó mucho. El queso no lo soporto mucho porque me crié comiendo. Sea el queso también el quesillo ni te cuento. Y bueno, fui más cenicienta que tú, cariña. Tampoco. Y no me digas chiquitito, dime chiquitite. Ven, te estás metiendo con mi masculinidad dentro de mi mujer transante.
  • Virgi: no me afecta para nada porque sí era chiquitito.
  • Virgi: por ser traumado. A mí me pasaba lo mismo, tan maricona como yo, que mi abuela decía, "Ay, cuando anda para allá, anda por allá." Y después cuando le meten  el cuchillo, pa le saltaba la sangre, yo empezaba a gritar, "Ay, no, pobrecito." Y yo las iba contando a las vaquitas y las conocía. Y yo, por ejemplo, le decía la carita, le decía a mi papilo si la iban a matar. Pues yo ya sabía cuando estaba ahí en el, ¿cómo se llama; en el mojón, en el tronco ese de medio del corral que la van a matar, papi. Sí, sí. No hay, no. La carita pintadita, la rosadita… le ponía nombres, yo. Va, va, va, va, va. Decía, te vas a poner a llorar. Llamar a la pobreza. No sé que decía que llamaba; y a la tristeza. Y yo no me levantaba porque la iban a matar y ya la sentía aquí que la traían como sufría también. Por traumadas nos retában.
  • Virgi: Esto ahí viene el mollar y subió un videíto.
  • Fer: también sufría igual que vos. Nos interceptamos en las cosas que nos producían dolor también. Me impresiona lo que me contas. Lo voy a tomar para mis estudios de la etnografía de este lugar.
  • Fer: a mí me gustaba mucho comer quesos y quesillos. También hacíamos dulce de leche acá.
  • Virgi: Deja de imitarme y mandarle a tu madre que dijo que pinto sin profundidad, que lo recuerdo. Qué mala doña Clotilde. Bueno, vamos a ver el cuadro de ella. El cuadro mío. Yo voy a comprar acrílicos porque me gusta más. Soy amiga del óleo pero no tanto. Me gusta más la acrílico.
  • Fer: Las tunas. Te olvidaste de las tunas. Yo iba a juntar tunas. Volví enjanado entero.
  • Virgi: ¡No, no me olvido de las tunas! Enjanada que me daba, porque yo era muy ansiosa; Ragona y allí había que esperar a que llueva. ¿Viste allá cuándo llueve? Tiempo de sequías y las tunas las veía amarillas, después las veías rojas, después las veías ya coloradas así. Ay, a la siesta nos íbamos a escondidas, nos comíamos como seis calientes y volvíamos a rascarnos, a lavarnos con jabón. ¿Qué no nos hacíamos para sacarnos las janas? Nos queríamos sacar los dedos con los… Así y yo lloraba. Una tarde me encontró mi abuela llorando una siesta. ¿Qué te pasa? Ay, me enjané. Ay, no nos pegaban, pero nos retaban y era como que guardábamos ese respeto, esos sustos que nos llevaban por traviesos, ¿viste? No, nunca mi abuela. Yo siempre temía que me mechoné porque como yo mi mamá era re que te daba ganzazos, golpes, cachetazos, rameada; pero qué violencia que sufría con mi mamá, me acuerdo. Y allá nos daba soltura nuestra abuela como que no. Ay, yo pasé una… Tenía una infancia muy linda en el campo, muy linda. En mi casa era el martirio porque mi mamá era homofóbica, la pobre que parezcamos mi vida.
  • Virgi: Se hace en el campo, Fer, el arroz con leche, como vos dijiste, con piedritas en el fondo de la olla. Girar, girar, girar, girar y girar. ¿Quieren arroz con leche? Mesa, decía mi abuela. Mami, ¿qué eso? ¿Qué es mesa? Que revuelvan, que des vuelta el tulpo ahí. Ahora no entendés. Porque yo manejaba un léxico coloquial y yo me reía de ella porque tenía palabras así re locas, ¿viste? Por ejemplo, ¿qué? A ver, en vez de decir gato o michi, decía miche o cuche. Era una forma de hablar muy extraña de ellos. A la almohada le decían almueda. Así cambiaban todas las palabras y yo me reía a más no poder. Y ella le hacía gracia y había un momento que yo no le hacía gracia porque ya sentía que yo la corregía. A mí no me vas a venir a corregir. Yo hablo así y hablo así. Usted habla como habla en la ciudad. Bueno, yo soy del campo hasta que tuve que entender. No sé. una lucha, pero a mí me daba gracia, la mamo. Mis hermanos por ahí, me acuerdo. ¿Te acuerdas? Sí, se acuerda que yo la corregía a la mami Juana y la mami Juana se enfurecía.
  • Virgi: Juntar algarroba, juntar el mistol para hacer el bolanchado. Ay, qué cosa más fea ese bolanchado. Después está el estofado de harina ese que hacen todo un estofado con agua, todo y después paf, le agregan harina y se hace una cosa pegajosa. Mmm, qué horror. Después la chanfaina con la sangre de la cabra, la cabeza, el ojo, los sesos, el estómago, el pulmón; creo que también va volando semi crudo, así jugoso que no. Sangre viva. Horrible, horrible para mí. Deprimente no lo digo, no lo consumo, no me gusta.
  • Virgi: Arroyo! Qué rico. Tenía terror al río ese que pasa por allí por la Evelia. Viste cómo se llama el río. Juramento? No, no sé qué río es. Bueno, Paso de la Cruz, Mojotoro, no sé cómo se llama. Terror. Era como si fuera que me iba a entrar al mar. Ay, le temía tanto y después cuando me bañaba iba y sentía que estaba en las playas. Qué deleite, qué placer. Me bañaba y la tomaba al agua sin miedo. Qué horror. Y por ahí me ahogaba y mi abuela, ¿qué estás tomando? Ay, vinimos a bañarnos, no. Yo la tomaba así, me bañaba y tomaba agua de nuevo y ella me decía, "Caca de vaca, pi de vaca. Ya no importa." Hinchada salía del baño. Me bañaba y tomaba agua. Qué locura.
  • Fer: Castellanos, se llama el río Vir. ¿Por qué le tenías miedo? Contame.
  • Virgi: se asombraba de mí porque me decía, "¿Qué tenés mucha sed que no tomas agua en la casa?" No, es que me gusta porque me gustaba ese sabor que tenía el río y después me metía a bañar y abría los ojos abajo del agua y así como que veía en la tele yo el metálico como el buceo, ¿viste? Ay, andaba así y me salía los ojos rojos y mi abuela no abra los ojos. ¿Qué hacía en el campo? Recuerdos hermosos que tengo con los cabritos. Los adoro un montón. Después yo leía ya. Y siempre leían en la escuela e para el carnaval. Ay, hasta los bucle me comía y me pitaba los labios tipo tonta de violeta. Una vuelta me encontró mi abuela los labios pintados así y me había descubierto que yo iba, como no tenían jana en los bucles, cortaba cinco o seis bucles y me los comía en la fiesta y me pintaba los labios con el espejo. Me pillaba pintándome los labios y dice, "Panzón atrevido, ututo”.
  • Fer: Pero si no te dejaban tomar agua del río, ¿de dónde era el agua que tomaban? Si todo el mundo, nosotros también íbamos a buscar agua del río y la traíamos en tanque, en tractor acá y tomábamos todos agua del río.
  • Virgi: Así que mi abuela me retó, porque ella ya sabía, ella me dijo un día cuando yo la visité, "Ay, hijita, yo ya lo sabía. Si te encantaba barrer, tender de la cama, cocinar. ¿Te acuerdas cuando te has pintado los labios con núcle?" Ay, sí, mami. Bueno, está todo bien, mi vida bella. Y mi abuelito Ramón, que en paz descanse también nunca me cuestionó, no me dijo nada, un amor. Y a su hijo tanto que le cuento. Y a sus otros hijos ni te cuento. Terrible bombita otro.
  • Fer: No era a veces cuando durante la lluvia sí juntábamos agua del techo de la casa en el aljibe y tomábamos agua de lluvia.
  • Virgi: tenía miedo porque decían que era muy bravo cuando crecía [el río Castellanos], porque mi abuelo me decía, "Ma ver como crecido al rodillo y me llevaba y yo lo veía marrón y con fuerza y era tan finito eh, con las aguas tranquilas y cristalinas y después cuando crecía la veía, así como le tenía terror. Ya era muy marica, pues. Y siempre había noticias que se llevaba los enramados, los no sé cómo le llaman y eran noticias en el campo. Ay, que creció tanto el río que desbordó, que se desborró la barranca de tu tía que le iba comiendo, ¿viste? Y esas cosas me asustaban, me lo tomaba como un tornado, como que podía llegar a la casa, ¿no? Nosotros no estábamos lejos de la casa, pero al frente del cerco también lo iba comiendo el río. Qué fuerte. Y también el desagüe cuando llovía era que lo iba comiendo la barranca y todo que afectaba esa zona allí. Locuras mías. Adoraba salir de noche a escuchar y tratar de visualizar las vizcachas con las linternas. Era la primera apuntada cuando se perdían las linternas yo. ¿Por qué? Porque andaba con las linternas en el bolsillo. Me iba a ver las vizcachas y las dejaba por ahí a las linternas.
  • Virgi: vertiente del arroyo, cariño, que llevaba un proceso de de alzarla de la vertiente, pasarla por una tela, colarla, dejarla estacionar en los tachos y de los tachos recién iba a la tinaca o tinaja. Y viste que hacían la Ebelia le ponen azufre a el agua. Qué fuerte. Yo tenía miedo de tomar agua con azufre. Veías el azufre en el fondo. Ah, qué locuras.
  • Virgi: A ver, ahí te estás mandando al frente. La llevaban en tranque ,en tanques y en tractor. Nosotros la llevamos en caballo con dos tachos sobre el caballo, unos caballos mansitos y tenía que traer unos tarritos en la mano. Ay, eso odiaba. Como decir, "Viajamos al Miami, cuando mi abuela me decía tengo que lavar gordito." Me decía, "Vamos a ir." Sí, porque ya lavaba como negra allá abajo. Y yo me bañaba arriba y también le tenían miedo al río porque era un pozo que ahí le llamaban el remanso. Venía el agua así y en el pozo que le llevaban el remanso hacía remolino y mis tíos todos decían cuidado con el remanso que es profundo y había una laja y todos se tiraban. La única que no se tiraba era yo. Un día me han agarrado todos mis primos y me han hecho así pa… sentía que me moría, sentía que caía en unas aguas que me succionaban, que me moría y nada. estaba y me llegaba ruidita no más. Histérica salía.
  • Virgi: pasada de mujer, de maricona. Yo por eso me hacían… la picaban los mosquitos y como que se me infectaba así, porque yo era muy blanqua y necesitaba cuidados extremo. El sol me re paspaba y me hacía daño. Era muy marica pasada y mi abuelita lideaba con todo eso. Ah, no me gustaba tener la bota mojada. ¡No me gustaba agarrar insectos! Hasta el día de hoy. No me gustan las puntas de las medias. mojada. No soportaba.
  • Virgi: Agua de lluvia que moja tu piel, recorre tu cuerpo, la quiero beber. Lluvia, bendice nuestro amor. Armando Marcelo. Ah, ese cuerpo está tallado a agua de lluvia. Ay, Fernando, mira esas costumbres anteñas muy distintas. Jamás, te lo digo, jamás porque fue así, hemos bebido agua de lluvia. El agua de lluvia era para regar el piso, para lavar ropa o para regar las plantas. Eso sí se guardaba para eso.
  • Fer: Tu abuelita, ¿Juana es la que la que vive en Metan ahora?, la que yo conocí. Es la que lavaba la ropa en el río y vos te bañabas como sirena.
  • Fer: ¿Y tu otra abuelita vivía por ahí también o era de otra parte?
  • Fer: ¿Por qué no tomaban agua de lluvia? A nosotros, nuestros viejos, nos decían que era lo más puro, puro, puro que era espectacular tomar agua de lluvia.
  • Virgi: Nosotros éramos pobres y tú eras clase media de esos ascendados famosos. Qué fuerte. Allí estaba la grieta. Y después conocerte me pareció fabuloso. Siempre te lo dije porque mi abuelito siempre hablaba de tu padre. ¿Cómo se llama tu padre? Fernando Ragone, don Pequeño Ragone. Hablaban de Pequeño. Creo que no decían Ragone, hablaban de Pequeño. Y hablaban del alemán. Eh, que por unos toros del alemán, porque creo que la finca del alemán, como se diga, colinda con los Caldez para allá. Hablaban de un toro o de las vacas que se iban de mi abuelo para ahí y hablaban siempre de las marcadas, de las hierras en Pequeño. Qué lindo. Y yo siempre decía, "¿Dónde será?" Y siempre preguntaba a mi papá, a mi abuelo, "¿Cómo es alemán? ¿Es alemán?" "Sí, es un hombre alemán, dice gringo grande." Y yo me lo dije, "No, Ya, me gustaban los tipos a mí así. Ay, rubia. Y después, ¿te acuerdas cuando anduvimos por ahí la última vez y buscamos al Señor por unos animales que se cruzaron a un cerco de tu hermano, algo así? Mira esas coincidencias, casualidades y causalidades de la vida que sí existen, ¿verdad?
  • Virgi: misma doña Juana Farfán, hermana de Florindo, tía de Eugenio, la Patricia, hermana de la Socorro y de Policarpio Gómez. Con Poli se decían un hermano, pero no era nada, era familia política, no sé, entre ellos eran todos familia.
  • Virgi: Abuelita, la mamá de mi mamá y el papá de mi mamá son de J V González. Siguen siendo de Anta, gorda. Yo soy de pura cepa de Anta. Tú eres casi casi no de Anta porque tú eres más capitalino. Hacete. Mira, te vengo a descubrir truche.
  • Virgi: ¿que te decían tus viejos?, mira ahí viviste, no te hiciste nada, chupaste pene sin forro, igual que vos, que vos y que yo y tenía miedo al agua ¿no? Ve, eran cultura, eran costumbres distintas, no era pecado tomar agua de lluvia. Imagínate que el agua de lluvia de Los Pozos. Ellos se llevan de eso, que eso se evapora y se va a la nube y en forma de precipitación cae la lluvia, etcétera, por la condensación, etcétera. Todo eso ciclo que del agua y de la lluvia y todo lo que conlleva se está sabiendo.
  • Virgi: Venían cazadores a mi abuela y eran como cinco o siete y mi abuela, ay, ya van a venir esos cochinos que lo invitó Marco. Dios quiera que se lleven a toda esa bicha fea de la vizcacha. No dejen una, pero acá que no me dejen pelada ni nada. Las odio a las vizcachas porque comen sapo, víboras, dice mi abuela. Las odiaba a las vizcachas. Nunca se comía una vizcacha con mi abuela. Por ahí cuando no estaba mi abuela, porque mi abuela olía el olor a vizcacha así como… Y al frente de la casa había vizcachero a la vuelta. Ah, yo era amiga de las vizcachas. De día las iba a joder, las hablaba, las quería hacer salir, las hurgaba y un día por ir a hurgar un vizcachero me sorprendió una víbora. Ay, nunca más en la vida, así entre marrón y blanquita que se venía así sacando. Ay, qué horrible, qué miedo que tuve. Nunca más dejé de joder en la siesta. Después de que sí jodía así cuando pasaban a las lagartijas esas brillantes, multicolor, que yo las veía bellas. Después  también era la tuna, que todos dormían y me iba a la quinta, ¿viste que ahí en el Sunchal hay una quinta? Mi vida amaba, amo la quinta esa. La casa está acá arriba y te lanzas hacia abajo, allá y está la quinta con su portoncito y hay durazno, pomelo, lima, esa fruta que ya se perdió. No, deberías conseguir una plantita de lima y llevar al Mollar. Me fui a buscar Lima y cuando venía de un vizcachero salía algo negro y dorado, y brilloso. Y yo corrí, corrí, corrí, digo, hay una lagartija hermosa. Era un viborón. Ay, que llego asustada a la casa. Mami, mami, mami, vi algo muy grande. Ay, mi abuela, imagínate, la desperté de la siesta indignada. ¿Qué has visto? Era así el viborón. Ve, andate no más. Mira si te pica, si tú no dónde acostaste. Y ya me curaba que me hecho nada. Decían, "Ven, hijo, no te asustes acá tu espíritu." Y yo la abrazaba y todo temerosa. Era como que había visto más o menos un dinosaurio.
  • Virgi: joder, asustarme con esa víbora y después con ese viborón no salí más por la siesta. Y después ya metí al potrero este vacas malas y como que ya no salía y mi abuelito siempre me decía, "No salga porque puse en el potrero una vaca que es medio jodida." Oh, yo andaba asustada y la quería ver a la vaca y la esperaba a la vaca por ahí salía, iba y la jodía y se me venía la vaca. Ah, es mala. Pututa, pututa a más no poder, decía mi abuela.
  • Virgi: Eso en cuanto a mí, en casi 9 años, 8, dejo a mis 10  a mi vieja; mis11, yo adoraba la casa. Ya no quería salir con mi abuelo al campo, yo ya no quería caballo, yo ya no quería lazo, yo ya no quería ir a campear que dicen allá. Yo quería casa, quería beber, cocinar y por ahí mi abuelo me decía, "Yo me lo llevo al campo conmigo." Y mi abuela decía, "No, no, no te lo lleves al gordo. El gordo es de la casa, él es de casa porque mi abuela chocha pues yo le barría, le picaba, le molía de todo. En la  procesión de la virgen yo amasaba, cortaba cebolla. Hacía todo la mamijuana conmigo. Él es de la casa, no hay con qué darle, de la casa. O por ahí decía, “! Ay!, hay que lavar esto, lavar el baño." Yo tenía donde mira mi familia somos todos primos varones, son mis primos varones y tengo una sola prima mujer que sanaría una gordita. Y el analizo que está haciendo para hacer las cosas. No, no, no, no. Que lo haga el gordo. El gordo me decía mi abuela. Que lo haga el gordo. El gordo deja el baño con para tomar mates. Ay, qué exagerado. Juana amaba que yo haga las cosas. Ella me hizo trans.
  • Fer: Sí, la conozco a tu prima Analía. Estuve el año pasado en el bautismo de la hijita de Ariel Gómez con ella.
  • Fer: Yo también a esa edad que vos decís que cambiaste y que te gustaba más estar en la casa y ya no en el potrero. También empecé a cambiar. Yo iba a pescar con mi papá y a esa edad empecé a tirar los pescados al río cuando los pescaba y mi viejo se cagaba de odio y después ya no me llevo más o yo tampoco quise ir.
  • Fer: cómo vamos cambiando, ¿no, Virg? Qué bárbaro. Cómo va como aflorando nuestra diversidad.
  • Fer: Virgi, ¿de quién era la huertita esa que vos decís que habían limas y otras plantitas? ¿De quién será ahora? ¿De quién era en ese momento?
  • Virgi: Huertita era una quinta, perdón, una quinta de la de ahí de la casa. Pues antes separaban, ¿viste? Quinta, casa, corral, chiquero, sector de las gallinas. Allá es cada cosa en su lugar, ¿viste? Eso es lo que tiene. Se respeta todo. La troja. Ay, qué lindo. Vas a hacer troja en el Mollar. Adoro, meterme a la troja. Oh, un día me han dado una retada porque me metido; qué yo iba como a sexto grado y la maestra en metía raro que haya choclo seco, ¿viste? Que el choclo es de un tiempo y después desaparece y nadie guarda chala. Comenzamos a hacer cosas tejidas de chala. Ay, me he puesto a sacarle la chala del maíz de la troja y empezó a trenzar. Sin parar a trenzar. Me he hecho como cinco canastitas, me acuerdo, y me había quedado como con cinco bolsas de chala. Ay, mi abuela ahora se va se va a borbojárse. Mí panzón porquería que les iba a sacar la chala y los pavos la picoteaban de abajo a las más cerca. Ay, un día se ha muerto un pavo porque metía la cabeza así por las rendijas de las maderas. Uno que picoteó, picoteó y se quedó enganchada la cabeza colgando. Ábrale más la carne a ese pavo y te lo vas a comer. Tuve que cuerearlo al pavo, sacarle la cabeza. Pobre temblorosa, pavito mami y si no lo vamos a tirar. A ver, te voy a ayudar. Yo ya sabía matar gallinas. Ay, qué asesino. Y al pavo se le corta el libre el cogote así. Ay, cómo pataleaban. La mami le agarraba las patas y yo llorisqueaba. Va, va, va. Si vas llorando apareciendo; pocas pulgas, mi abuelo.
  • Virgi: La quintita está ahí en la casa. Esa la bajadita no más del Sunchal. Anda saber si tendrá todos sus frutos. Porque había que regarlas.
  • Fer: Ah, ya entiendo, entiendo, Virgi, porque los Gómez tenían lo mismo y eran cercaditas, ¿no? Con palitos así verticales. Y bueno, me acuerdo que tenían muchos limones y granadas, sobre todo. ¿Ustedes tenían granadas?
  • Fer: A mí me volvía loco ir a las marcadas en Poli, que era la casa de la Evelia, digamos, ahora, y meterme a la huerta ahí entre los frutales.

martes, mayo 13, 2025

Un monte que en silencio pide ser parte del futuro

 

Después de muchos meses sin vernos, volví a encontrarme con Fernando. La conversación fluyó con la naturalidad de quienes se conocen desde hace años, con café de por medio y el monte como telón de fondo, aún sin estar ahí. Hablamos de todo un poco, desde lo cotidiano hasta lo profundo: nuestras mascotas, los cambios familiares, y sobre todo, el futuro incierto y prometedor de mi finca cerca del Parque Nacional El Rey.

Imagen por IA generativa Gemini

Recordamos a perros que ya no están, como el “Cambá” de Fernando que se murió un día de calor sofocante, mientras corrían por el cerro. O el padre de “Cambá” de Roberto en la finca, que lo mató un camión en la ruta. Hoy nuestros perros actuales —Choco, con sus 11 años, y la Sacha de Fernando, aún más vieja— nos hacen pensar en el paso del tiempo. Mencioné que quiero conseguir un Setter para que haga compañía a Malko, y hablamos de los desafíos de tener perros de pelo largo en el monte, donde las garrapatas no perdonan. Nos reímos al recordar cómo, gracias a las pipetas, las vemos caer muertas.

La charla derivó hacia un tema más serio: la convivencia difícil entre perros y fauna silvestre o ganado. Le conté que Malko y Choco se han vuelto "muy malos" y los tengo que dejar atados en la galería de la casa en Los Pozos. Recordé que los perros del “Rana” y el hecho trágico de que el mismo “rana” los tuvo que ahorcar por matar terneros, y cómo ahora ata a sus perros jóvenes por miedo a que repitan la historia. ¿Por qué atacan si no les falta comida? Tal vez sea el instinto de caza en grupo. Tal vez sea algo más.

Hablamos también de los atropellos de fauna en la ruta 5. Le conté que casi piso una víbora, y él mencionó asociaciones que buscan concientizar a los conductores. Ambos coincidimos en que muchas veces no hay tiempo de reaccionar, y que la cantidad de animales muertos —gatos, zorros, serpientes— es alarmante.

La conversación finalmente llegó a lo que más me ocupa estos días: el futuro de la finca. Le conté a Fernando que, gracias a lo que ingreso por alquileres, puedo viajar cuatro veces al mes, aunque el precio de la nafta aprieta. Esa frecuencia me permite estar, disfrutar, cuidar. Pero la propiedad está atravesada por tensiones familiares. Mi madre, por ejemplo, no quiere que quede todo en mis manos. Teme que yo eche a quienes viven allí. Sin embargo, le expliqué que mi interés no es en la casa principal ni en toda la propiedad, sino en una unidad ecológica de 60 a 70 hectáreas en Los Pozos, desde la represa hasta la loma. Quiero asegurarme de que esa parte no se venda si el resto (más de 3000 hectáreas) se divide.

Mi madre entiende la lógica, pero prefiere que todo quede a su nombre por ahora, con un acuerdo firmado que garantice la herencia. Mi hermano, por su parte, no tiene una visión a largo plazo para la tierra. Yo sí.

Vivir en El Mollar no es lo mismo que vivir en Los Pozos. Este último lugar, aunque más difícil de habitar hoy, es el corazón de mi visión. Sueño con transformar esa unidad en un ejemplo de producción regenerativa, con cabañitas, observación de aves y actividades de turismo de naturaleza. A mi madre, esa idea la horroriza. Por eso por ahora proyecto desde El Mollar, pero quiero asegurar Los Pozos.

No tengo capital inmediato para construir, pero estoy convencido de que el valor está en el monte en pie, no en la madera cortada. Planeo construir de a poco, con recursos locales y creando un flujo económico basado en recibir visitantes. Y no solo turistas: estudiantes universitarios también. No aportan dinero directamente, pero sí posicionamiento y relaciones. Quiero firmar convenios con universidades como la UNSa, que puedan cubrir nafta, comida, luz, internet. Sé que existen fondos de extensión o becas que podrían hacerlo viable.

Cuando se hizo tarde, le dije a Fernando que tenía que irme a Los Pozos antes de que me agarre el cansancio. Nos despedimos. Se llevó los papeles impresos con el borrador del proyecto del Curso de Conservación.

Así terminamos una charla que no fue solo una puesta al día, sino un espejo de todo lo que está en juego: la tierra, la memoria, los vínculos familiares, los sueños posibles y el monte que, aún en silencio, pide ser parte del futuro.


Conservar desde el territorio: una propuesta que nace en el monte

Hace unos días me encontré con Fernando del Moral después de mucho tiempo. Charlamos largo y tendido en el bar Alta Región. Fue una de esas conversaciones que empiezan por lo concreto —el trabajo en la finca— pero terminan abriendo caminos inesperados. Entre mates, papeles y anotaciones sueltas, fuimos armando una propuesta que ahora quiero compartir: un curso de conservación ambiental pensado desde y para el territorio.

Generada con IA Gemini

Todo empezó con un chancho del monte

La chispa fue una anécdota: personal de Vialidad había matado un chancho del monte. Un hecho que, aunque parezca menor, me dejó pensando. ¿Qué pasaría si diseñáramos un curso de formación para ese tipo de trabajadores? ¿Un espacio donde pensar colectivamente la conservación, el monte, la vida que habita estos territorios?

Esa primera idea se fue ampliando rápidamente. No sólo Vialidad: también técnicos, docentes, funcionarios municipales, estudiantes, jóvenes, militantes, cualquiera que quiera pensar y hacer desde una mirada ambiental crítica. La única exclusión que nos pareció razonable: los académicos “consagrados”, demasiado atados a sus propias lógicas.

Una propuesta crítica, integral y política

Queremos un curso que no sea “neutro”. Que tome posición, que reconozca la complejidad de los conflictos socioambientales, que entienda que conservar también es una forma de intervenir políticamente. Apostamos a una mirada transdisciplinaria, que articule la antropología ambiental, la ecología política, la justicia ambiental, la biología basada en evidencia y el derecho.

Nos interesa que quienes participen del curso no salgan con certezas técnicas, sino con preguntas profundas y herramientas para pensar desde sus propios territorios.

Cuatro unidades, un enfoque inductivo

Estructuramos el curso en cuatro módulos principales:

1. Políticas de conservación y antropología ambiental

Una introducción general que repasa conceptos clave, marcos institucionales, y propone una mirada crítica sobre cómo se construyen las áreas protegidas y cómo se viven desde lo local.

2. Conflictos socioambientales y derechos humanos

Analizamos cómo surgen estos conflictos, qué derechos están en juego, y cómo se gestionan. Nos interesa especialmente pensar en la participación ciudadana y el rol de las comunidades subalternas (sin exotismos).

3. Derecho animal y ética ambiental

Reflexionamos sobre nuestra relación con los animales y la naturaleza. Hablamos de bienestar, de derechos, de nuevas formas de legislar que no sean exclusivamente humanas. Y lo vinculamos con temas concretos como los perros o caballos sueltos.

4. Desarrollo local y gestión ambiental

Volvemos sobre las áreas protegidas, pero desde la perspectiva del desarrollo local y las políticas públicas. La idea es cerrar con una actividad práctica: que cada participante proponga un pequeño proyecto de intervención en su entorno.

Metodología

Queremos que sea un curso vivo. Empezar por casos reales, no por teoría. Usar videos, materiales accesibles, lecturas previas. Hacer charlas breves (máximo 20 minutos), abrir el debate, discutir artículos. La idea es que el aula —sea presencial o virtual— se vuelva un espacio de encuentro.

Pensar en grande, actuar en red

Hablamos de difundirlo a través de la plataforma Comfauna, de invitar a organizaciones civiles, de buscar apoyo de municipios como Las Lajitas, o incluso escalar la propuesta a otras provincias. También discutimos que el curso no debe ser gratuito: no sólo por la necesidad de cubrir costos, sino para darle valor al trabajo que implica. No se trata de regalar saberes, sino de construirlos colectivamente con responsabilidad.

Ciencia desde abajo: eDNA y nuevas posibilidades

En medio de todo esto surgió también una idea que nos entusiasma: impulsar un proyecto de investigación sobre secuenciación genética masiva (eDNA) para identificar biodiversidad a partir de muestras ambientales. Hasta donde sabemos, en Salta esto todavía no se ha hecho. Podría abrir nuevas líneas de acción —y de diálogo— con actores estretégicos.

Críticas al mundo académico (y una pequeña victoria)

No faltaron las críticas a ciertas prácticas académicas: papers que no se devuelven al territorio, promesas de publicaciones que nunca llegan, fondos de proyectos que se esfuman en viáticos y gastos personales. Todo eso lo conocemos bien. Pero también reconocemos que el vínculo institucional puede ser útil si no se le pide más de lo que puede dar.

Yo mismo conté cómo logré colarme en un evento académico de la conservación. Llevé un tema disruptivo —“varones del campo”— que desentonaba con el resto, pero que logró visibilidad. A veces, hay que jugar esas cartas.

Hacer con otros

La charla con Fernando me dejó muchas ideas dando vueltas, pero sobre todo, me renovó las ganas de hacer con otros. Porque si algo nos quedó claro es esto: no alcanza con pensar bien. Hay que ensuciarse las manos. Hay que actuar desde el territorio. Y hay que hacerlo en compañía.


miércoles, mayo 07, 2025

Cena en Pacha Kanchay

Junto a Marian Casares y su esposo compartimos una cena en Pacha Kanchay. La apuesta a la mejora del sabor de los sándwiches de milanesas provistos por quienes trabajan en el comedor en el cruce de Lumbreras fue el motivo para juntarnos a intercambiar ideas sobre el momento actual de la región y nuestras vidas ahí. 

La mesa redonda en Pacha Kanchay

Sentados los tres a la mesa redonda del gran espacio único que integra varias funcionalidades, abordamos durante la hora y media que duró la cena, una diversidad de temas que giran en torno a la vida, el trabajo, los desafíos y las complejidades de vivir y operar fincas en una zona rural, así como nuestras perspectivas personales y políticas.


domingo, mayo 04, 2025

El Viaje del Cartógrafo del Deseo Escindido

(Cuento)

Había un hombre que sentía el tiempo como capas geológicas bajo la piel. Regresó al Dique, un viejo conocido donde el agua guardaba ecos de risas pasadas y la piedra recordaba abrazos olvidados. El Viento Norte, cálido y envolvente, soplaba como una confidencia ancestral. A su lado, dos jóvenes que él había elegido, no por sangre sino por un hilo invisible de afinidad, caminaban ligeros. Verlos era abrir un mapa hacia el futuro, sembrar en la tierra la esperanza de una cosecha que trascendiera su propia existencia, que atara su nombre, y quizás el de otros (el viejo R, la memoria pública, los proyectos por venir), a una continuidad. Sentir la incipiente paternidad era anclar su alma a su cuerpo, a su edad, a una realidad que se sentía por fin sólida, desmintiendo años de vivir en un espejismo. Había una ternura potente allí, una promesa de construcción que era, lo sabía, una metamorfosis de otra energía más cruda, una alquimia del deseo.
Viento Norte restaurante, Cabra Corral


Pero el Dique también hablaba de pérdidas. Las piedras que debían portar la memoria tangible –las placas dedicadas a R. habían desaparecido. La historia se diluía sin sus anclas físicas. Comprendió, con una punzada, que recordar no era solo un acto mental, sino un hacer constante, un armar sitios, un esfuerzo político y afectivo para que el pasado no fuera solo aire. La paternidad con esos jóvenes se reveló entonces como un acto de resistencia contra el olvido y la desmemoria, personal y colectiva.

Sin embargo, una otra fuerza, un calor interno que no se sublimaba del todo en ternura o proyecto, lo arrastraba. Una necesidad primigenia lo empujaba hacia la ciudad, a un lugar de sombras conocido como el Laberinto de Carne. Este no era un templo de historias narradas en la pantalla, sino un teatro donde los cuerpos actuaban deseos mudos.

El Laberinto era un dispositivo, un artefacto diseñado con precisión cruel. Sus pasillos oscuros, sus rincones, el ritual del círculo de observadores, todo conspiraba para crear un espacio de escisión. Aquí, los cuerpos se tocaban, las bocas buscaban placer con destreza variada –una brusca, otra suave, ambas profundas–, los penes eran objetos de una liturgia sin nombre. Pero el encuentro era una ilusión. Al culminar el acto, cada cuerpo se levantaba y se disolvía en la penumbra sin un adiós, sin una mirada que prometiera un después. Era el reino del deseo fragmentado, donde la masculinidad se ponía a prueba en el acto solitario o compartido sin alma.


Para el hombre, este laberinto era también el campo de batalla de una herida antigua. La sombra de una relación de casi una década (con J) planeaba sobre él, un tiempo donde no había podido integrar su propio lado masculino, donde su deseo de ser activo, de que su potencia fuera reconocida y deseada en el otro, había quedado inexpresado. El Laberinto era el escenario donde intentaba, una y otra vez, actuar esa parte de sí mismo, buscar en la mirada o el gesto del otro la confirmación de una masculinidad que sentía incompleta. Pero la repetición anónima dejaba un eco de insatisfacción. Era una búsqueda sin encuentro final, un deseo que se alimentaba de su propia imposibilidad de completarse en un lazo.

Observándose en este ciclo, el hombre empezó a ver más allá de sus propias pulsiones. Comprendió que este Laberinto de Carne no era solo un lugar de vicio, sino un producto. Un dispositivo de dominación sutil. Al mantener los cuerpos separados del afecto, al promover la búsqueda individual y la descarga sin conexión, este espacio sostenía y reproducía el aislamiento y la fragmentación del sujeto. En un mundo que premia la individualidad y desmantela los lazos comunitarios, este tipo de sexualidad escindida se convertía en una herramienta más para mantener a los sujetos separados, absortos en su propia búsqueda insaciable, desconectados de la posibilidad de construir juntos –una vida, un proyecto, una memoria, o simplemente, un encuentro verdadero.

Pero algo se había movido en él. La represión que antes silenciaba su percepción cedía. La capacidad de nombrar la escisión, de analizar el dispositivo, de verse a sí mismo en esa dinámica –no solo como víctima, sino como partícipe– era una grieta que se abría. Era la "autorización" interna para mirar de frente su propio deseo complejo y las fuerzas que lo moldeaban. El "rascar, rascar" hasta encontrar una explicación era la pulsión de vida abriéndose paso en la oscuridad.

Y entonces, en un acto que desafió el patrón de la suposición y el miedo, tendió una mano diferente. Un mensaje a otro joven (M), una propuesta de encuentro fuera del Laberinto, una búsqueda de una conexión posible, no necesariamente la entrega total, pero sí un espacio donde el disfrute pudiera ir de la mano de la presencia mutua. Era un pequeño puente lanzado sobre el abismo de la escisión, un intento de la subjetividad por resistir al dispositivo de fragmentación, por reclamar la posibilidad de un lazo donde el cuerpo y, quizás, un atisbo de alma, pudieran encontrarse.

El hombre, el cartógrafo de sus propios deseos escindidos, seguía su viaje. Portaba la memoria húmeda del Dique, la semilla del proyecto trascendente, el anhelo de una paternidad que lo anclara. Pero también cargaba con las sombras del Laberinto de Carne, el eco de la búsqueda de una masculinidad aún por integrar del todo, y la lúcida comprensión de que su lucha más íntima –por la conexión, por la integridad del deseo, por una subjetividad no fragmentada– era, también, una batalla política. Y en su mano, ahora, tenía el hilo frágil pero persistente de la palabra y el coraje de buscar un encuentro que pudiera, quizás, coser algunos de los espejos rotos.



viernes, mayo 02, 2025

El río interior y sus afluentes eróticos: un viaje personal a través del duelo, la memoria musical y la reconfiguración de la masculinidad en los remansos del deseo.


La rotonda giraba, absorbiendo el sol matinal de Salta. En mis oídos, "Dancing Queen" tejía una burbuja sonora a mi alrededor. Pensé, mientras la melodía me envolvía como una segunda piel, en esa capacidad de la música para adherirse al alma, para convertirse en un vestuario invisible que colorea el paisaje interior. Es curioso, me dije, cómo estas canciones actúan como anclas, fijando momentos en la memoria, permitiéndome revisitar emociones con solo una nota. Quizás, en este tiempo de reconfiguración interna, aferrarme a estas melodías familiares es una forma de encontrar continuidad, un contrapunto a la sensación de estar a la deriva.

El sonido del río Juramento, constante y profundo, se filtraba por la ventanilla. Malko y Choco revoloteaban cerca, ajenos a mi ensimismamiento junto al puente. Una punzada de preocupación por el rasguño de Malko fue fugaz, eclipsada por la corriente de mis pensamientos. Diego, … su figura, un faro masculino durante años, ahora desdibujándose. Su declive, reflexioné, es un recordatorio palpable de la fragilidad de los modelos, de cómo incluso las figuras más sólidas se desvanecen con el tiempo. La muerte de mi padre, la de Ernesto… no solo pérdidas, sino también una liberación, un espacio vacío donde mi propia masculinidad debe encontrar su forma, sin la sombra de referentes inamovibles.

Recordé la bravuconería de los amigos de mi padre en aquella jornada de pesca. La exhibición de una masculinidad tosca, ajena a mi sensibilidad naciente. En ese entonces, pensé, mi deseo no encontraba asidero en ese mundo de varones. Esa distancia temprana moldeó mi identidad como un "otro". Hoy, quizás, ese "otro" encuentra más resonancia en el mundo.

Descubrí la madrejada, ese brazo tranquilo del río que se replegaba sobre sí mismo, creando un remanso bajo el puente. La filmé, atraído por su quietud. Y mi mente, inevitablemente, derivó hacia los encuentros recientes. Estos encuentros, me dije, en este tiempo de duelo, ¿no son acaso como esta madrejada? Un espacio aparte, un remanso donde la necesidad de contacto y placer busca su propio cauce.

M, volviendo después de años, depositando su deseo en mi boca. Sentí una inversión de roles, analicé, una reafirmación de mi propia capacidad de dar y recibir placer, una pequeña victoria en la renegociación de mi identidad masculina. Luego Augusto, fugaz e intenso, su boca devorándome en la cocina. La intensidad pura, pensé, una conexión física sin las ataduras del pasado o el futuro, una afirmación de mi atractivo y mi deseo. Y M, la juventud sin prejuicios, entregándose y recibiéndome con la misma libertad. La edad, constaté, dejaba de ser una barrera, abriendo nuevas posibilidades de conexión.

Estos encuentros, continué mi reflexión, son como exploraciones en un nuevo territorio emocional. No busco permanencia, sino la reafirmación de mi capacidad de desear y ser deseado, un contrapunto a la sensación de pérdida.

Mañana llegarán mis "hijitos". La palabra resonó en mi mente, cargada de un afecto particular. Con ellos, pensé, la libido toma un cariz diferente. No es la exhibición cruda y separadora del pasado, sino un lazo que une, que reconoce la igualdad en el deseo. En sus jóvenes cuerpos, en su afecto, quizás encuentre una forma de trascendencia, un legado afectivo que va más allá de la sangre.

El río seguía murmurando su canción ancestral. La madrejada, ese remanso tranquilo, reflejaba el cielo. Este río interior, pensé, con sus corrientes de duelo y sus pozos de deseo, está esculpiendo una nueva orilla para mi masculinidad. Una orilla más fluida, más honesta con mis propias necesidades y afectos, liberada de los modelos rígidos del pasado.

domingo, abril 20, 2025

Carta de un Fernando (56) a Otro Fernando (16)

A veces, una fecha congelada en el tiempo, un puñado de palabras escritas en un diario, se convierte en un espejo que nos confronta con el eco lejano de quienes fuimos. El 19 de diciembre de 1984, el día de mi cumpleaños Nº 16 en la quietud del campo anteño, volqué en papel la turbulencia de mi universo interior.

Esas notas de fines del 84, leídas cuarenta años después, son mucho más que una simple anotación. Es el retrato crudo y conmovedor del joven brillante, sensible y emocionalmente a la deriva que era. Captura la encrucijada en la que me encontraba: atrapado entre el amor de una familia que, a pesar de todo, no terminaba de tender puentes hacia mi verdadera esencia, y la vital red de apoyo de mis amigos, quienes me ofrecían el refugio y la comprensión que no encontraba en casa.

En esas líneas palpita la euforia y el dolor de mi primer amor, vivido en la clandestinidad forzosa de una época sin códigos ni referentes para la identidad gay. Ese adolescente de dieciséis años  siente la presión asfixiante de un entorno social y familiar que lo empujaba a encajar en un molde que no era el suyo, un ideal de masculinidad rural que le resultaba ajeno e inalcanzable.

La "diferencia" que el joven Fernando intuía pero no podía nombrar ni codificar, lo "aplastaba", generando una profunda inestabilidad emocional cuya expresión más visible era una melancolía persistente, vivida en la soledad de sus pensamientos y de sus notas secretas.

"Carta de un Fernando a Otro" propone un viaje a través de esas décadas transcurridas. Es el diálogo que nunca tuvo lugar en aquel entonces, un puente tendido entre el hombre de 56 años que hoy soy, con la perspectiva que dan los años y las batallas ganadas, y aquel adolescente vulnerable y lleno de anhelos, perdido en un mundo que aún no estaba preparado para recibirlo. Es la conversación pendiente, la mirada retrospectiva que busca sanar, comprender y, quizás, ofrecer el abrazo que tanto se necesitaba en aquel cumpleaños en el monte lejano.

Fernando, 41 años.Laguna de Castellanos, Anta. 


"Querido Fernando de 1984,

Fernando 56 años, 
Corrales en Laguna de Castellanos

Aquí estoy, tu yo del futuro, leyendo tus palabras. Siento cada una de tus emociones en estas líneas: la soledad de ese cumpleaños en la finca, la euforia de la conexión con tus amigos, la agonía de la llamada de Carlos, la punzada de la incomprensión con papá, el alivio en la voz de mamá, y el orgullo (justificado) por ese 9.

Quiero que sepas que el dolor y la confusión que sientes por tu 'diferencia' no son para siempre. Esa parte de ti que hoy te aplasta se convertirá, con los años, en una fuente de increíble fortaleza, autenticidad y conexión con otros. Los 'códigos culturales' que hoy no existen, empezarán a construirse, lentamente, con mucho esfuerzo, pero sucederá. Y tú serás parte de esa construcción.

El primer amor duele con una intensidad brutal, y más aún cuando sientes que debes esconderlo. La herida con Carlos pasará, y aunque cada desamor deja una marca, también te enseña sobre el amor y sobre ti mismo. Habrá otros amores, Fernando, y encontrarás la dicha que tanto anhelas, una dicha que podrás vivir con más libertad de la que puedes imaginar ahora.

Tus amigos son oro puro. Aférrate a ellos. Son la familia que eliges y el espejo que te muestra lo valioso y querible que eres. Sigue buscando esos espacios donde puedes 'hablar libremente'. Son vitales para tu supervivencia y tu crecimiento.

Lo de papá duele, lo sé. Y seguirá doliendo a veces. Él te ama, a su manera, desde sus propios miedos y su propia historia, que no tiene las herramientas para entenderte completamente. No eres vago, Fernando. Eres brillante y trabajador, solo que tus talentos y tu forma de ser no encajan en el molde que él conoce. No tienes que ser quien él quiere que seas para valer. Tu valor es intrínseco, y lo demuestras de tantas maneras (¡ese 9!). Esa angustia por agradarle es comprensible, pero con el tiempo aprenderás a soltarla un poco, a aceptarte tú primero, independientemente de su aprobación. Y quizás, solo quizás, la conversación pendiente algún día sea posible.

Sigue estudiando psicología. Es el camino correcto. Tu capacidad de introspección, tu sensibilidad y tu deseo de entender la mente humana (la tuya y la de otros) son tus mayores herramientas. Y sigue enfrentando tus miedos; tienes razón, a veces ni siquiera sabemos que tememos, pero esa fuerza para presentarte al examen aunque creías no estar listo es la misma fuerza que te sacará adelante en los desafíos futuros.

Esta etapa es dura, Fernando, muy dura. Pero eres increíblemente fuerte, más de lo que piensas. El deseo de ser autónomo, de viajar solo, de explorar... es tu espíritu que te guía hacia tu verdadero yo. Confía en ese instinto. Lo mejor está por venir, aunque hoy no lo veas claro. Habrá momentos de alegría inmensa, de amor pleno, de aceptación, de pertenencia. Aguanta. Eres amado, eres valioso, y encontrarás tu lugar en el mundo. Estoy increíblemente orgulloso del adolescente sensible, inteligente y valiente que eras.

Un abrazo inmenso desde el futuro."

Mensaje de Fernando (16) a Fernando (56):

"Fernando (si es que así te llamas ahora),

¿En serio eres yo? ¿56 años? Parece una eternidad. Leo tu carta y me da un poco de vértigo. ¿Todavía te acuerdas de esto? 

Fernando 16 años, casa de
Los Pozos, Anta.
 

Estoy en 'Los Pozos', hoy fue mi cumpleaños y fue horrible. Extraño tanto a mis amigos, la ciudad, poder ser yo sin sentir que estoy haciendo algo mal. ¿Sigo siendo tan raro? ¿Esa 'diferencia' que me aplasta, que no sé qué es, ¿desaparece alguna vez? ¿O al menos deja de doler tanto?

¿Qué pasó con Carlos? ¿Pudimos hablar? ¿Terminó todo como creo? Me duele horrores haberlo herido, pero me duele más pensar que no quiere conocerme. ¿Llego a conocer el amor, el amor de verdad, ese que no tengo que esconder o que me hace sentir que estoy fallando?

¿Estudié psicología al final? ¿Sirvió de algo ese 9? ¿Aprendí a enfrentarme a esos miedos que ni siquiera sé que tengo? ¿O sigo siendo el mismo miedoso por dentro?

¿Y papá? ¿Pude hablar con él alguna vez? ¿Entendió? ¿O yo lo entendí a él? ¿Sigue pensando que no valgo si no soy como él quiere? ¿Dejé de sentir que tengo que demostrar que no soy vago o cómodo? Mamá es un sol, ¿sigue siendo así?

¿Encontré mi lugar? ¿Puedo 'hablar libremente' en mi vida diaria o sigo necesitando escondites como Salta? ¿Esta melancolía que siento ahora, este nudo en el pecho, ¿se va alguna vez?

Quiero creer que sí, que no siempre voy a sentirme así de perdido y angustiado. ¿Valió la pena todo esto? ¿Soy feliz, Fernando? ¿Soy quien quería ser, aunque no sabía quién era del todo? Dime que sí, por favor.

Desde este cumpleaños aburrido, con la cabeza llena de preguntas y miedos."


La Pantalla Oscura del Deseo y la Luz Fugaz de la Conexión



Cuento corto



El sábado por la noche, la sala de cine olía a pochoclos rancio y expectativas húmedas. No iba por la última superproducción; mi carne pedía otra clase de espectáculo, uno más íntimo y visceral. Tenía ese hormigueo familiar, la necesidad de sentir labios ajenos recorriendo mi piel, de entregarme y recibir placer sin más preámbulos. La fantasía era clara: penes duros, bocas ávidas, un encuentro fugaz que aliviara la tensión acumulada.

Y el cine, en su penumbra cómplice, no defraudó. Primero fue el changuito, una aparición fugaz en la oscuridad entre butacas. Su juventud vibraba en la manera en que sus manos me encontraron, en la torpeza dulce de sus besos. Su miembro, tal como lo había imaginado, era una promesa firme. Luego, en un rincón más apartado, el fisicoculturista, un monumento de músculos tensos que contrastaba con la suavidad inesperada de su boca. Me perdí en la textura de sus pectorales bajo mis dedos, en la firmeza de sus muslos mientras ambos nos entregábamos al frenesí.

Hubo un momento, un instante de extraña camaradería, cuando un tercer hombre se unió a nuestro juego. Un tipo "tan tipo", como pensé, con una barba incipiente y manos rudas que sin embargo se movían con una delicadeza sorprendente. Sentir su boca en mí, y luego ofrecerle mi propio néctar, despertó una sensación inusual, una especie de masculinidad recién descubierta, liberada de las cadenas del pudor.

En la maraña de cuerpos y jadeos, también fui testigo de pequeñas comedias humanas: el que aparentaba ser el macho alfa terminando sumiso, buscando el placer en la boca ajena; el insistente admirador que me llamaba desde lejos, terminando por encontrar consuelo en los labios de otro. Era un microcosmos de deseos cruzados, de búsquedas silenciosas en la oscuridad. Y en medio de todo ese torbellino, sentí una distensión física, una liberación momentánea de la tensión.

Pero al salir a la fría noche salteña, mientras caminaba hacia el bar con la promesa de una última copa, una pregunta comenzó a roer en mi interior: ¿era solo eso lo que buscaba? ¿Una descarga física, un instante de placer sin rostro? La imagen de una pareja idealizada comenzó a tomar forma en mi mente: un hombre que me deseara y al que yo deseara, un vínculo donde dar y recibir fueran actos de amor y cuidado mutuo, no solo una transacción de cuerpos en la oscuridad. La angustia de sentirme siempre al margen, de no encajar en los roles impuestos por mi propia comunidad, regresó con fuerza.

"Nunca me pasó una relación así," me dije, la frase resonando como un lamento en el silencio de la noche. Siempre la preocupación por el rol, por ser el activo o el pasivo, una búsqueda constante que solo me dejaba un vacío persistente.

Sin embargo, algo había cambiado. Las palabras de Frank sobre autorizarme a sentir, el eco de Panza animándome a la autenticidad, y el último mensaje de David, instándome a no postergarme, a hacer algo cada día, comenzaban a germinar en mí. Por primera vez, podía narrar mi erotismo sin vergüenza, sin la autocensura que me había acompañado durante años. Podía evocar ese mundo denso y complejo que había habitado en secreto desde 2008.

Quizás, pensaba mientras pedía un trago en la barra solitaria, esta noche en el cine no había sido solo una búsqueda de placer efímero. Tal vez, en medio de los encuentros fugaces y los deseos explícitos, se había encendido una pequeña luz, la tenue promesa de un camino desconocido, un camino donde la exploración del deseo podría ser el preludio a la búsqueda de un afecto genuino, un amor que finalmente desanudara la angustia que había sido mi compañera silenciosa durante tanto tiempo. La pantalla oscura del deseo había iluminado, aunque sea por un instante, el anhelo profundo de una conexión verdadera.

viernes, abril 18, 2025

El Peso de los Códigos

Cuento corto

Imagen: IA Gemini

La noche había caído sobre la ciudad con esa lentitud opresiva de los días de invierno. Lautaro miraba su teléfono, la luz azulada iluminando su rostro cansado. El mensaje de Federico seguía ahí, clavado en la pantalla como un reproche silencioso: "Tu comentario no aporta, Lau. Solo genera un espacio gris".

Él había querido ser irónico, jugar con las palabras como siempre hacía para protegerse. Pero una vez más, su humor se había tropezado con la realidad, y ahora el malestar se expandía entre ellos como una mancha de tinta.

"No era mi intención, Fede", escribió, sintiendo cómo las teclas del celular se hundían bajo sus dedos. "Es solo… a veces siento que hablo en otro idioma. Que nadie entiende lo que digo, o peor, que no quieren entenderlo".



Federico tardó en responder. Lautaro imaginó su figura alta y serena, de pie en algún lugar entre la cocina y el living, reflexionando con esa calma que tanto lo exasperaba. Cuando al fin llegó la respuesta, era suave pero firme: "Lo sé, Lau. Pero no se trata de que te entiendan, sino de que te escuches a vos mismo. ¿Qué querés decir en realidad?".

Lautaro apretó los puños. Era fácil para Federico hablar desde su certeza, desde su lugar en el mundo. Él, en cambio, llevaba años navegando entre identidades prestadas: el hijo que no era, el gay que no encajaba ni siquiera entre los suyos, el hombre que seguía buscando un lugar donde no tener que explicarse.

"Quiero dejar de sentirme invisible", escribió, y esta vez las palabras le ardieron en la garganta. "Quiero que me miren sin que tengan que recordar primero qué soy. Sin que mi voz suene como un ruido fuera de lugar".

El silencio que siguió fue largo. Lautaro cerró los ojos, recordando las veces que había intentado moldearse para ser aceptado, las veces que había fingido no ver las miradas incómodas, los chistes disfrazados de preguntas.

Finalmente, Federico respondió: "No podés controlar cómo te miran, Lau. Solo podés elegir cómo estar frente a eso".

Era verdad. Y también era insuficiente.

Afuera, la ciudad seguía su ritmo indiferente. Lautaro se preguntó cuántos como él estarían en ese mismo instante, tratando de descifrar el código secreto para ser queridos sin condiciones.

"Voy a intentarlo, Fede", escribió, aunque no estaba seguro de qué significaba eso. Tal vez solo significaba seguir adelante, un paso a la vez, cargando el peso de su autenticidad como un farol en la oscuridad.

Federico le envió un último mensaje: "Estoy acá, hermano. No estás solo".

Y por primera vez en mucho tiempo, Lautaro permitió que esas palabras lo atravesaran sin resistencia.